EL BURDEL DE LAS PARAFILIAS
ADVERTENCIA:
[No se recomienda que lo lean las personas de poco
criterio o demasiados moralistas]
Leonel había
escuchado rumores acerca de un burdel clandestino en el centro de la ciudad,
decían que en ese lugar se llevaban a cabo toda clase de perversiones, desde
BDSM hasta canibalismo, zoofilia, coprofilia e incluso necrofilia; claro que el
costo variaba de acuerdo a la perversión deseada.
Él siempre había
sido un pedófilo en secreto, se paseaba constantemente fuera de las primarias
observando con lascivia a las pequeñas niñas en sus uniformes escolares,
imaginando sus cuerpos poco desarrollados debajo de estos.
Deseaba tanto
poseerlas como matarlas a golpes, pero por supuesto, aquello era ilegal.
La Deep Web era un
paraíso para él: miles de fotos de pequeñas niñas desnudas realizando actos
sexuales y algunas incluso siendo maltratadas, todas clasificadas por edades;
Sus preferidas eran
las de siete años porque consideraba que dejaban de parecer bebés para empezar
a tener un poco de femineidad.
Así pasaba sus
solitarias tardes, masturbándose con aquellas pequeñas sin nombre, deseando
poder realizar su fantasía pero controlándose al saber que terminaría en
prisión.
Por ello, en cuanto
escuchó sobre aquel burdel sus ojos se iluminaron. Ahorraría hasta el
cansancio, no le importaba cuál fuera el precio: quería poseer una de esas
lolitas.
Cuando por fin
juntó una suma considerable de dinero, acudió a la dirección que le había sido
indicada. Era un viejo edificio que lucía abandonado, en la entrada estaba una
anciana pidiendo limosna con una niña de aproximadamente cuatro años, sucia y
harapienta.
“Espero que ésa no
sea la clase de niñas que hay dentro”, pensó él.
Le habían dicho que
le preguntara a la señora por “Liss”, y así lo hizo.
—Le puedo decir
dónde encontrarla, pero… ¿está seguro de querer verla?
Leonel respondió
afirmativamente, y tras darle un par de billetes a la anciana, ésta le señaló
una puerta en el interior del edificio.
Él percibió un
extraño aroma que le recordó su visita a alguna mina, pero lo ignoró y siguió
caminando hasta la puerta.
Detrás de ella
había unas escaleras descendentes de las que provenían música y luces
danzantes. Tal parecía que estaba en el lugar indicado.
Al final de las
escaleras había una larga estancia en la que se estaba realizando una orgía.
Eran al menos veinte personas teniendo sexo simultáneamente, todos poseían
cuerpos hermosos y tentadores.
Observó en
particular a las mujeres de piel que parecía cincelada por Miguel Ángel, de
largas cabelleras rubias, castañas, pelirrojas, delgadas y con curvas, pero
todas de una excepcional belleza;
Sin embargo, dentro
de toda la bacanal no había una sola niña, y esto lo decepcionó bastante.
—¿Quieres unirte?
—le preguntó una mujer de largo cabello castaño y ropa formal pero provocativa.
Leonel rechazó la
propuesta y averiguó que aquella mujer era Liss. Le dijo lo que deseaba y ella
le pidió que la siguiera hasta su oficina.
Ahí rebuscó entre
una larga biblioteca y extrajo una carpeta azul que le entregó.
—Éste es nuestro
catálogo de niñas de entre seis y nueve años, están ordenadas por fecha de
nacimiento. Avíseme cuando encuentre alguna de su agrado.
Leonel pasó
aquellas hojas, tenían varias fotografías de cuerpo completo y debajo de ellas
un nombre y algunos datos:
“Le gusta morder”,
“Buena para trabajos manuales”, “Muda”, “Sin dientes”…
Ninguna le llamaba
del todo la atención hasta que vio una fotografía que resaltaba entre las
demás: una hermosa pelirroja de ojos color miel:
“Haley R.: tímida,
recién llegada, sin usar”.
Rozó ligeramente la
fotografía con el dedo índice. Supo que era la correcta y así se lo dijo a la
mujer.
—Perfecto, ¿y será
desechable?
—¿Disculpe?
—Me refiero a que
si no podremos ocuparla después, ¿piensa cercenarla o comerla?
—Ah, claro, será
desechable.
—En eso caso,
¿quiere algunas herramientas en la habitación?
—Sí, eso estaría
bien.
—Perfecto, y ¿gusta
de algún escenario en especial? ¿Un confesionario, un manicomio, un salón de
clases?
—El salón de clases
—dijo él inmediatamente.
—Entonces supongo
que le gustaría que la niña llevara un uniforme escolar.
—Sería excelente.
—Es usted demasiado
predecible, pero me parece bien, la habitación estará lista en una hora,
mientras tanto puede unirse a la orgía en la estancia.
Leonel regresó a
contemplar la maraña de cuerpos, eran diferentes participantes pero igual de
bellos que los primeros.
Se sentó en un
sillón a observar aquella actividad, supuso que se le cobraría más si
participaba, así que se contuvo, aunque en realidad aún no había preguntado
cuál sería el precio.
No que importara,
tenía suficiente dinero como para pagar una casa.
Una hermosa joven
desnuda se acercó a él con una charola repleta de rollos de sushi y unas
cuantas copas de lo que parecía vino.
—Son… ¿humanos?
—preguntó nervioso, creyendo que aquella chica se reiría de él.
—Sólo la mitad de
la derecha, tenemos algunos clientes quisquillosos.
—¿Y exactamente de
qué son?
—Los california
tienen pezón, los filadelfia tienen vagina y los tampico corazón. De beber
tengo sangre A+, O+ y vino espumoso, ¿gusta algo? —Leonel pidió un poco de
todo, y le preguntó a la mujer si unirse a la orgía tendría un costo adicional.
—Oh, no se
preocupe, ya es demasiado lo que cobramos por su fantasía como para cobrar
extras.
—¿Y si no me
alcanza para pagarles?
—Siempre se cumplen
los pagos —dijo ella apenas conteniendo una sonrisa perversa.
Mordisqueó su sushi
de pezón y jugueteó con él en su lengua, eso lo excitó bastante.
Miró hacia la masa
de cuerpos frente a él: una bella mujer pelirrosa con una perforación en la
lengua le realizaba un cunnilingus a una chica tatuada y lo miraba
incitadoramente;
El no pudo
contenerse más y se quitó los pantalones exponiendo una gran erección que de
inmediato introdujo en la vagina de la mujer perforada. Ella gimió de placer y
comenzó a lamer más rápidamente a su compañera que comenzó a gritar
histéricamente que quería ser devorada.
Un hombre se acercó
a ella, pero Leonel estaba muy distraído como para notarlo. Escuchó algunos
gritos pero no le importó hasta que fue salpicado de un líquido; abrió los ojos
y se dio cuenta de que entre la pelirrosa y un hombre se habían comido la
vagina y el rostro de la tatuada.
Esto lo sorprendió
un poco, pero lo excitó más y terminó eyaculando dentro de la pelirrosa, y se retiró
de la orgía mientras los demás continuaban aun con aquel cadáver entre ellos.
Tras unos quince
minutos Liss apareció de nuevo.
—Su habitación está
lista, es la 302 —dijo ella y le entregó su llave.
—Disculpe… aún no
hemos hablado de cuánto me costará esto.
—Lo trataremos
después de que termine, usted sólo disfrute la experiencia.
Tomó el elevador y
llegó al cuarto piso, el lugar no se veía distinto de cualquier hotel. Buscó el
cuarto 302 y abrió la puerta nervioso. La
habitación era una réplica exacta de un salón de clases, estaban el pizarrón,
el escritorio del profesor y unas diez bancas ordenadas, además de las
herramientas que le habían prometido.
En la primera fila
estaba su ángel uniformado, “Haley”. Era mucho más bella en persona, su piel
parecía de porcelana.
Cerró la puerta con
seguro y se acercó a ella, era tan perfecta y por fin era suya, no podía
esperar, su pene reaccionó con tan sólo verla.
Se puso en
cuclillas frente a ella y la besó, la boca inexperta de la niña apenas se movía
mientras él introducía su lengua por su garganta, su mano se deslizaba por sus
delgados muslos y rápidamente la despojó de su ropa interior. Colocó a la niña
en el suelo y le abrió las piernas, comprobando que aún era virgen.
En tanto observaba
su inmaculada y rosácea vagina, no pudo evitar lamerla como loco; miró el
rostro de la niña que cerraba fuertemente los ojos, la tomó de la cabeza y le
ordenó que lo mirara.
Ella obedeció,
entonces la desvirgó bruscamente, la expresión en su rostro valdría cualquier
precio, ¡CUALQUIERA!
La pequeña comenzó
a sollozar y lágrimas brotaron por sus delicadas mejillas. Leonel se excitaba
cada vez más, abofeteó a la niña fuertemente hasta que su rostro tuvo un tono
rojizo, luego tomó un martillo y comenzó a clavarle la parte posterior en el
rostro y el pecho mientras la penetraba más y más rápidamente, hasta que no
pudo más y se corrió en el rostro desecho de la niña.
Después de eso, no
le importaba cuánto cobrarían, podía dar su casa, su auto, se podían llevar
hasta a su madre y no le importaría.
Salió de aquella
habitación bañado de sangre y con un enorme gesto de satisfacción,
encontrándose de nuevo con Liss.
—Veo que ha quedado
conforme.
—Bastante, y estoy
listo para pagar, valió totalmente la pena.
—Me alegra oír eso,
ya que el precio es un poco más elevado de lo que piensa.
—Bueno, he ahorrado
suficiente para esto, ¿cuánto será?, ¿veinte mil?, ¿treinta mil?
—No señor, no nos
interesa su dinero.
—¿Entonces cómo voy
a pagarle?
—Bueno, digamos que
será proporcional a su placer… —dijo ella antes de conducirlo a otra habitación
sin número.
Le ató los brazos a
unas esposas que colgaban del techo y las piernas con otras que estaban en el
suelo. Leonel pensó que un negro de dos metros podría violarlo y aun así habría
valido la pena, pero lo que apareció en aquel cuarto fueron seis niñas, todas
pelirrojas y no mayores de ocho años.
Pensó que estaba en
el paraíso hasta que las niñas comenzaron a rodearlo, y de pronto lo mordieron
vorazmente, arrancándole la piel de sus brazos, abdomen y piernas, tras lo cual
salieron corriendo. Nunca había sentido un dolor similar, el cuerpo le ardía
terriblemente y no dejaba de sangrar.
—¡Ya pagué el
precio! ¿Contentos? ¡Déjenme salir! —gritó histérico intentando liberarse de
las esposas;
Sin embargo, sólo
apareció una pequeña niña de nuevo, se parecía demasiado a Haley, pero no era
posible, Haley estaba muerta.
Ella presionó un
botón y Leonel pudo escuchar un ruido similar a un taladro que provenía de
debajo de sus piernas; el sonido se fue acercando, hasta que pudo sentir cómo,
en efecto, un taladro comenzaba a empalarlo lentamente.
—¡Detente! ¡Ya lo
entendí, no volveré a hacerlo! ¡Me alejaré de las niñas pequeñas! —le gritó a
la niña que sonreía maliciosamente sin dejar de presionar el botón.
El taladro seguía
avanzando a través de los órganos de Leonel, causándole un terrible dolor como
el que jamás hubiera imaginado. Comenzó a sangrar por la boca y a
convulsionarse.
El sufrimiento era
insoportable y sólo deseaba morir. Finalmente, el taladro salió por su boca con
rastros de intestino deshecho, y sólo entonces él quedó inconsciente.
Al día siguiente
Leonel despertó en su cama sobresaltado y con un terrible dolor en el abdomen.
“Todo fue un sueño,
un terrible sueño”, pensó, hasta que sintió cierta humedad en su cobija: estaba
llena de sangre.
Miró su abdomen y
aún conservaba algunas de las mordidas hechas por aquellas niñas, y en su buró
estaba una tarjeta de presentación:
“El Burdel de las
Parafilias. Vuelva pronto”.
EL BURDEL DE LAS PARAFILIAS CAPITULO 2:
Lolicon8: Sé de un lugar donde puedes cumplir
tu fantasía.
Putrid-doll: ¿En serio? ¿Dónde?
Lolicon8: En el centro, es un burdel
clandestino.
Putrid-doll: ¿Un burdel? ¿Y cuánto cobran?
Sabes que aún dependo del dinero de mis padres.
Lolicon8: No te preocupes por el dinero,
digamos que pagas en especie…
Putrid-doll: Eso no suena bien…
Lolicon8: ¿Qué tanto deseas hacerlo?
Putrid-doll: Touché, valdría la pena aunque
terminara como la chica de réquiem por un sueño.
Lolicon8: Sólo un consejo… excédete, desquita
tu pago al máximo y no te arrepentirás.
Putrid-doll: Me conoces, sabes que lo haré,
dame la dirección.
Se la escribió enseguida con una breve
descripción del lugar y le indicó que preguntara por Liss. Tras pocos minutos
de charla intrascendental sobre sus filias, ambos se desconectaron. El
seudónimo “Putrid-doll” pertenece a Jennifer Díaz, una adolescente de quince
años. Decir que es aficionada al gore sería poco, lo indicado sería decir que
tiene una obsesión con él; está suscrita a cuantas páginas al respecto ha
encontrado y no simplemente disfruta mirar personas cortadas en dos,
decapitadas o con la materia gris fuera del cráneo, sino que le genera una
seria excitación. Creyó que todo se limitaba al morbo, sin embargo, comprobó lo
contrario durante una visita escolar a la morgue. Tras algunos minutos de
contemplación de aquel cadáver masculino con los intestinos expuestos, tuvo que
correr al baño a masturbarse para no saltar sobre él y su verdusco cuerpo.
Al leer las palabras de Lolicon8 (no tenía ni
la más mínima idea de cuál era su nombre verdadero) supo que tendría que
visitar aquel lugar esa misma noche. Guardó en su mochila una serie de
artículos que pensó que podría utilizar: un atuendo de dominatrix, un par de
botas de piel con plataforma alta y su amada catana sumamente afilada que su
madre no consiguió prohibirle comprar. Esperó a que sus padres se durmieran y
salió sigilosamente por la ventana, como tantas veces lo había hecho antes
cuando deseaba irse de juerga sin su consentimiento.
Le resultó sencillo localizar el viejo
edificio con la descripción de Lolicon8, habló con la anciana, cruzó por el
pasillo abandonado y descendió las escaleras encontrándose con la orgía. Ya que
no poseía una buena vista, se acercó a observar de cerca aquella masa gimiente.
Penetraciones por aquí, lengüetazos por allá, sin duda resultaría excitante
para un visitante común, pero era demasiado ordinario para su gusto.
Una atractiva joven de escasa vestimenta se
acercó a ella con una charola repleta de dulces, lo cual le resultó bastante
curioso en un lugar así, sin embargo, los dulces eran una de sus mayores
debilidades.
—¿Qué tienen? —preguntó ella suspicaz,
asumiendo que tendrían alcohol o droga.
—Las paletas son de pene cubierto con
chocolate, los caramelos de limón con relleno de ojo en el centro y los
bombones tienen sesos —respondió la joven con total naturalidad. Jennifer pensó
que bromeaba, pero no la cuestionó, tomó una paleta, varios dulces y algunos
bombones; lo primero que comió fue la paleta, descubriendo que era real y la
disfrutó como ninguna golosina en su vida.
Estaba tan absorta comiendo aquellos dulces
caníbales que se había distraído por un momento de su propósito en ese lugar.
Entonces apareció una mujer de al menos 1.80 de alto, de cabello oscuro, figura
esbelta y rasgos europeos que la regresó a su misión.
—Vaya, nunca había visto una mujer tan joven por aquí.
—Vaya, nunca había visto una mujer tan joven por aquí.
—¿Tú eres Liss? —preguntó Jennifer
disimulando hábilmente lo intimidada que estaba por su estatura y su belleza.
—Exactamente, supongo que viniste a hablar de
negocios —respondió, tras lo cual la condujo a su oficina.
—Tengo entendido que pueden cumplir cualquier
parafilia.
—Así es, cualquiera en absoluto. Y ¿cuál es
la parafilia de una jovencita como tú?
—¿Tiene a la mano una libreta para tomar
notas?
—No es necesario, tengo una memoria
excelente.
—Espero que así sea. Quiero seis personas:
tres hombres, todos de más de metro ochenta, piel clara, cabello oscuro, penes
mayores a 18 centímetros, delgados pero bastante fuertes, atractivos,
masoquistas, de entre 17 y 20 años; y tres mujeres que no midan más de metro
setenta, piel clara, delgadas, hermosas, igualmente masoquistas, entre 14 y 17
años, todos sumisos y desnudos. Necesito un cuarto con una tina amplia llena de
sangre tibia, una cama grande, una silla ostentosa (de poder proporcionarme un
trono sería excelente), unas cuerdas bastante resistentes y un juego de
cuchillos afilados.
—¿Eso es todo? —preguntó Liss, ligeramente
sorprendida por las exigencias de aquella joven. Jennifer respondió
afirmativamente y su interlocutora le pasó dos catálogos, uno de mujeres y uno
de hombres para que escogiera su harem. Los contempló un par de minutos y soltó
un suspiro.
—Esto de los catálogos no me agrada, son sólo
fotografías y datos al azar, preferiría escoger a mis chicos en persona
—pronunció arrojándolos al escritorio de Liss.
—Tenemos alrededor de 300 personas que
cumplen con tu descripción, ¿piensas verlos a todos? —Jennifer fantaseó un
momento con encontrarse rodeada de una multitud de personas hermosas entre las
cuales elegir, sin embargo, resultaba poco práctico y debía volver a su casa
antes de que sus padres despertaran.
—Tráeme lo mejor que tengas, diez hombres y
diez mujeres, tu mejor material.
—Puedo asegurarte que todo lo que tenemos es
excelente “material” —dijo Liss acentuando burlonamente esa última palabra.
—Bien, entonces no te costará elegir veinte.
—Rob, trae a diez chicos del grupo AD201 y a
diez chicas del grupo TD104 no mayores a un metro setenta… Sí, de inmediato… a
mi oficina —telefoneó rápidamente—. Estarán aquí en cinco minutos —respondió
ella amablemente.
—La persona que me recomendó este sitio me
mencionó que cobraban en especie, de acuerdo a la fantasía a cumplir, en ese
caso, ¿cuál será el precio por la mía?
—El precio nunca se menciona antes de cumplir
sus peticiones, no queremos asustar a los clientes, además, ¿no valdría
cualquier precio cumplir su fantasía?
—Está bien, no insistiré con eso, pero tengo
otra pregunta: si nunca le cobran un centavo a sus clientes, ¿de dónde obtienen
los recursos para seguir manteniendo el negocio?
—Aunque no lo parezca, éste es un negocio
bastante rentable, y tenemos muchas otras formas de sustentarnos.
Justo al terminar esa frase, apareció Rob con
la ansiada petición de Jennifer; Liss tenía razón, todo era excelente material,
tanto que Jennifer consideró por un momento cambiar su trato y conservarlos a
todos. Sin embargo, la parte de la elección iba a disfrutarla también. Los
observó a grandes rasgos y confirmó que todos entraban en su descripción.
—Me decepcionas, ¿cómo pretendes que los
elija en estas condiciones? —dijo ante la sorpresa de Liss, quien no parecía
entender a qué se refería—. ¡Están vestidos! No podría estar segura de hacer
una buena elección de esta manera.
Ella le dio la razón y les ordenó que se
desnudaran; todos obedecieron sin titubear. Jennifer los examinó atentamente,
todos eran tan bellos y perfectos que tuvo que ir desechándolos por nimiedades,
hasta que por fin se quedó con seis elegidos: Vanessa Aime, Daniel Cifer, Viri
Luna, Sally Mayer, Said Barrera y Eduardo Flores. Se les ordenó que se
retiraran y Jennifer lamentó esto, pero sabía que pronto serían suyos.
—Tendremos tu habitación dentro de una hora,
te ofrecería unirte a la orgía que presenciaste al llegar, pero dados tus
gustos me parece que la sala dos te resultará más interesante, sígueme.
Liss
la llevó a lo que parecía un club fetichista (aunque de haber sido un hombre
mayor de inmediato lo habría tomado como un men’s club). Música
electrónica hacía retumbar las paredes y del techo prendían un par de jaulas en
las que bailaban mujeres que devoraban partes de cuerpos humanos, algunas
personas se acercaban a ellas y eran salpicadas de sangre. Al fondo del lugar
había un escenario, por lo cual Jennifer se imaginó que en algún momento habría
música en vivo o algo similar.
—Hoy tenemos un buen show, disfrútalo —dijo
Liss antes de retirarse.
No
transcurrieron ni diez minutos antes de que en aquel escenario aparecieran tres
mujeres en corset y faldas diminutas: una pelirroja de cabello corto, bastante
alta y voluptuosa que tenía un aire salvaje; una castaña de cabello largo de
baja estatura, que expelía sensualidad por cada poro; y una rubia delgada y
alta que emitía cierta timidez en sus movimientos, las tres estaban
contoneándose al ritmo de Thunderkiss 65 tan eróticamente que Jennifer no pudo
evitar reaccionar como todos los presentes, y se acercó al escenario a mirarlas
de cerca. Un insulso hombre, visiblemente alcoholizado, tocó descaradamente el
trasero de la castaña, que intercambió sonrisas con las demás bailarinas y
procedió a invitar a aquel hombre a subir al escenario, mostrándole una silla
en él.
Las tres bailarinas lo ataron firmemente a la
silla, y la pelirroja le realizó un breve lap dance que lo convirtió en el
hombre más odiado del lugar; aún moviéndose al ritmo de la música, se agachó
frente a él, le desabotonó la camisa, lamió su abdomen desnudo y comenzó a
arrancarle la piel con sus afilados dientes, mientras que con las manos se
abría paso en aquel cuerpo que se retorcía convulsivamente, y le extrajo los
intestinos que arrojó al público, el cual gritaba extasiado (incluida Jennifer,
que había disfrutado el show en demasía).
La
pelirroja caderona se acercó a lo que solía ser un hombre, extrajo un cuchillo
de su liguero y comenzó a decapitarlo mientras las otras bailarinas continuaban
moviéndose al ritmo de la música (que ahora era Shake
your blood), y cuando por fin desprendió la cabeza, la ofreció al
público que gritaba y se empujaba para conseguirla; Jennifer ni siquiera lo
intentó, le hubiera encantado tenerla, pero sería difícil explicarle a sus
padres cómo la había obtenido. Finalmente la pelirroja arrojó la cabeza dejando
que el público peleara por ella, para luego desaparecer tras el escenario junto
a las demás bailarinas. Un par de hombres recogieron el resto del cadáver,
ahora Jennifer tenía una idea de cómo obtenían los materiales para realizar
aquellas golosinas.
—¿Jennifer Díaz? —le preguntó una hermosa
joven que llevaba un traje de criada, y ella asintió—. Su habitación está
lista, es la -105 —dijo entregándole una llave antigua, grande y pesada, con el
número de habitación grabado en ella.
—La criada la condujo un piso más abajo,
parecía llevarla a una mazmorra antigua. Pasaron por algunas puertas, todas con
números negativos, hasta que llegaron a la -105. Era una puerta de madera que
lucía perteneciente a un monasterio.
—Que lo disfrute —dijo la criada, alejándose
de prisa.
Jennifer tomó su pesada llave, y abrió la
puerta ansiosa…
Ahí se encontró con sus seis elegidos,
examinó la habitación comprobando que contaba con todas sus exigencias, además
de un gran espejo que ocupaba casi una pared completa. Contempló
particularmente embelesada la tina llena de líquido rojizo, y ansió zambullirse
en ella enseguida, pero dominó sus impulsos. Regresó a observar a sus hermosos
esclavos, pensando cuál sería el indicado para su primera acción, los recorrió
lentamente con la mirada y finalmente se decidió por Viri; su rostro amigable y
tierno le indicó que ella era la adecuada.
Le ordenó a Said y a Eduardo que la colgaran
paralelamente sobre la tina mientras Vanessa y Sally la desnudaban. Tomó su
catana, se introdujo en la tina y con ambas manos tomó un poco del líquido que
contenía y se lo llevó a los labios, verificando complacida que era sangre.
Acercó su rostro al de la bella mujer colgante y la besó intensamente, dejando
una mancha escarlata en sus labios. Volvió a recostarse en la tina y comenzó a
recorrer el cuerpo de Viri con la catana desde los pies hasta llegar a sus
pechos; con un movimiento rápido cortó uno de ellos que cayó directamente en la
tina. Viri soltó un grito de dolor y se retorció intentando liberarse de sus
ataduras, lo que divirtió a Jennifer y la incitó a mutilarle el otro pecho,
ocasionando un nuevo alarido y salpicándola de sangre. Finalmente, tomó la
catana y le realizó un profundo corte en el abdomen, causando que sus vísceras
cayeran por doquier.
Jugueteó con aquellas entrañas como si se
tratara de una niña con su patito de hule, e incluso se colocó una fracción de
intestino alrededor del cuello a manera de bufanda. Cuando volvió de su
abstracción, notó que Daniel la miraba con una notoria erección.
—¿Acaso te excita la sangre? —le preguntó
curiosa.
—Sí ama, y más cuando la porta una mujer tan
hermosa como usted.
Entusiasmada por esas palabras, le indicó que
se uniera a ella en la tina, a lo que él obedeció enseguida. Se colocó sobre su
miembro erecto y lo ahorcó ligeramente con los intestinos mientras movía su
cadera de arriba abajo enérgicamente; el mirarlo cubierto de sangre y con ese
tono violáceo que comenzaba a tomar debido a la falta de oxígeno la excitó
excesivamente, así que tomó su cabeza y comenzó a azotarla contra la orilla de
la tina mientras tenía el mayor orgasmo de su corta vida. Cuando por fin se
detuvo, notó que el cráneo de Daniel se había roto y sus sesos se esparcían por
el suelo. Miró su mórbido rostro y lo besó ávidamente mientras introducía su
mano por el hueco de su cráneo, sintiendo sus sesos.
Salió de la tina y le ordenó a sus cuatro
esclavos restantes que limpiaran la sangre de su cuerpo utilizando sus lenguas,
mandato que cumplieron a la perfección. Se atavió con el atuendo de dominatrix
y las botas altas. Tomó de nuevo su catana y se acercó determinadamente al
rígido cuerpo de Daniel para cortarle una mano. Dejó el arma y caminó hacia
Sally, quien la miraba provocativamente, y la tomó bruscamente por el cuello y
mordió sus hombros con fuerza, haciendo que gimiera de placer mientras
comenzaba a masturbarla con la extremidad cercenada de Daniel. Cuando notó que
la chica estaba completamente extasiada, tomó un cuchillo y lo deslizó
hábilmente por el lado izquierdo del pecho de Sally, introdujo su mano en la
herida y extrajo su corazón, el cual latió un par de veces fuera del cuerpo.
Ella cayó muerta al instante, y Jennifer mordisqueó aquel corazón lúbricamente.
Se acercó felinamente a Eduardo, que
contemplaba con suma atención aquella escena. Se inclinó ante él e introdujo su
miembro en su boca, recorriéndolo con su lengua. Le indicó a Said que colocara
el mango de su catana en alguna rendija del suelo, de manera de que ésta
quedara tan firme como una delgada columna, y mientras él obedecía, prosiguió
con un virtuoso fellatio para ser alguien de su edad.
Cuando su mandato fue cumplido, ordenó que
ataran de pies y manos a Eduardo, y que fuera empalado sobre su afilada arma.
La sangre brotó abundante de su ano, y él aulló de dolor tratando de librarse
de aquella dolorosa tortura; sin embargo (ante la gran sorpresa de Jennifer),
la erección permanecía en ese atormentado cuerpo, así que saltó sobre Eduardo,
sosteniéndose en sus hombros y moviendo su pelvis sobre aquella fuerte
erección, causando que la catana penetrara todavía más dentro de aquel cuerpo
hasta que por fin salió destrozando el ojo derecho de Eduardo. Jennifer besó su
boca ensangrentada y lamió su ojo izquierdo, logrando un segundo orgasmo.
Se retiró del cuerpo y miró a sus dos
esclavos restantes. Se acercó a Vanessa y la condujo a la gran cama antigua,
atándola de brazos y piernas a las columnas que sobresalían. Tomó uno de los
cuchillos, colocándose sobre ella, y ordenó a Said que la penetrara mientras
ella realizaba profundos cortes en el cuerpo de Vanessa, lamiendo la sangre
brotante. Procedió a lamer su vagina gustosamente sin dejar de recorrer su
cuerpo con el cuchillo, causando que gimiera de placer y dolor. Jennifer se
detuvo un momento y la miró, ni aún cubierta de cicatrices perdía su belleza, y
la hizo sentir una gran envidia; ordenó a Said que sostuviera esa hermosa
cabeza mientras ella desollaba su rostro. Vanessa forcejó inútilmente, y
Jennifer cumplió su misión: tomó el rostro de Vanessa y lo colocó sobre el
suyo, se miró en el espejo y quedó complacida.
Notó que la rendija que sostenía su catana se
había roto debido al peso, dejando caer el cuerpo empalado de Eduardo, así que
se acercó a él y extrajo su arma ensangrentada, se sentó en el majestuoso trono
que le habían proporcionado y obligó a Said a que se arrodillara frente ella y
le realizara sexo oral. Sostuvo su cabeza mientras se retorcía ligeramente de
placer; tomó la catana y, cuando alcanzó el clímax por tercera vez, decapitó a
Said, manteniendo aquella cabeza contra su pelvis hasta que el éxtasis terminó,
para luego tomarla con ambas manos y besarla febrilmente.
Miró a su alrededor, contemplando todos los
cadáveres que había dejado, y sonrió complacida; imaginó todo lo que podría
hacer con ellos, pero estaba por amanecer y debía volver a su casa.
Se dio una rápida ducha, se cambió de ropa,
limpió su catana y se dirigió melancólicamente a la puerta, dándole un último
vistazo a los despojos humanos, hasta que se decidió a salir. Tras la puerta
estaba la adorable criada de nuevo.
—¿Fue lo que esperaba? —le preguntó.
—Sí, aunque creo que podría haberlo hecho
mejor. Supongo que estás aquí para hablar del pago —dijo ella, resignándose.
—No exactamente, Liss le envía esto —dijo
entregándole un sobre, que Jennifer abrió esperando ver una cuenta con muchos
ceros a la derecha. Sin embargo, se trataba de dos hojas escritas a mano que
leyó a grandes rasgos. Captó algo sobre su gran creatividad y potencial que
podrían ser explotados, además de una disculpa por tener que ausentarse, y una
ostentosa firma al final: Alyssa Romanova.
—¿Qué es esto? —preguntó Jennifer, sin
entender.
—Una oferta de trabajo…
Hibristofilia, masoquismo y Bundy
Ahí
estaba Alyssa Romanova (Liss) entrevistándose con una nueva clienta. Recibía a
unos cuarenta al día, de los cuales apenas la mitad aceptaban los términos del
acuerdo, y muy pocos eran los que hacían peticiones interesantes. Frente a ella
se encontraba una joven de diecinueve años, bastante delgada, que evitaba hacer
contacto visual y llevaba una falda corta y una camiseta de tirantes: su nombre
era Jazmín Auz.
—De
acuerdo señorita Auz, ¿vino porque tiene algo en específico en mente o quiere
que le sugiera alguna de nuestras parafilias más populares?
—He
pensado en algo, pero es… es algo imposible —Al escuchar esto, Alyssa apenas
evitó hacer un sonido de molestia; escuchaba esa palabra muchas veces al día, y
rara vez precedía a una fantasía difícil de realizar, normalmente se referían a
alguna situación incestuosa o de adulterio, nada que un buen secuestro no
pudiera solucionar. Muy raras ocasiones había circunstancias más complejas,
pero no había imposibles para ella.
—Esa
palabra no existe para nosotros —respondió Liss con completa convicción.
—Quiero
tener sexo con Ted Bundy —le respondió Jazmín mirándola por primera vez a los
ojos, desviando de inmediato la mirada y retomando su tono tímido—. Bueno, no
tendría que ser él, no quiero tener sexo con un esqueleto… podría ser un
imitador.
—Ted
Bundy, buena elección, ¿tiene alguna otra petición?
—Sí,
quiero que sea agresivo, pero no lo suficiente como para hacerme daño
permanente.
Liss
le dijo que su habitación estaría lista pronto, y le indicó que esperara en la
sala dos. Jaz entró tímidamente a aquel lugar ruidoso y tomó asiento lejos del
resto de la gente. En el escenario había una mujer desnuda y amordazada, de
pie, con los brazos y piernas atados a los extremos del lugar; a su lado había
una mujer con un vestido diminuto de cuero, que portaba una máscara de conejo
negra que sólo dejaba al descubierto sus labios, y a la orilla del escenario
había una anciana de aspecto maligno, sentada en una mecedora con una canasta
llena de utensilios diversos.
La
coneja se acercó a la mujer encadenada con un machete gigantesco, acarició su
cuerpo y mordió uno de sus pezones haciendo que se estremeciera. Se introdujo
dos dedos a la boca para humedecerlos y empezó a manipular el clítoris de su
esclava, que a pesar del temor, no pudo evitar sentir placer. Con la mano libre
alzó el machete y lo dejó caer sobre el muslo izquierdo de su víctima,
rebanándolo cual filete, y provocando que se retorciera frenéticamente y
gimiera de dolor. Le arrojó el trozo de piel a la anciana, que comenzó a manipularlo
con sus arrugados y deformes dedos.
La
torturadora siguió desollándola como si fuera un animal, jalándole la piel y
utilizando el machete cuando era necesario, mientras que su víctima lloriqueaba
suplicante. Arrojaba los trozos de piel a la anciana, que movía las manos con
una velocidad anormal y no permitía ver lo que hacía con aquellos restos
humanos.
El
escenario estaba salpicado de sangre y la víctima ya no reaccionaba demasiado;
Jazmìn estaba impresionada, quería tocar aquel cuerpo rojizo y viscoso que
apenas conservaba piel en los brazos, pies y rostro. La sádica liebre tomó unas
pinzas de entre las herramientas de la anciana, le quitó la mordaza a la figura
ensangrentada y comenzó a arrancarle los dientes uno por uno, arrojándoselos a
la anciana que los tomaba y usaba para un propósito desconocido; cuando terminó
con la dentadura, la observó detenidamente, ya no conservaba fuerza alguna y
apenas era sostenida por las largas cadenas. Acarició su rostro agonizante con
sangre fluyendo de las encías lastimadas, y lo besó procurando lamer toda la
sangre en él. De pronto la voz de la anciana la interrumpió, había terminado su
extraño cometido.
De
pie se podía notar que la anciana no podía medir más de un metro cincuenta.
Ella caminó hacia la enmascarada sosteniendo el montón de piel humana, desató
su pequeño atuendo de cuero que cayó al suelo, dejando ver un juvenil cuerpo
perfecto, y en su lugar colocó los trozos de piel que había convertido en un
vestido. Le quitó la máscara y la remplazó por una diadema que había decorado
con los dientes arrancados. Al retirarse la anciana, Jazmín pudo notar que la
sádica coneja era tan sólo una jovencita de 15 años.
Con
el vestido de piel y la diadema parecía una versión gore del hada de los
dientes. Caminó por el escenario como si se tratara de una pasarela, y
finalmente hizo una reverencia ante el público que estalló en aplausos. Jaz
estaba maravillada ante el espectáculo y se unió al entusiasmo general, hasta
que una voz aguda la asustó.
—Señorita
Auz, su habitación está lista —le dijo una criada—. Le corresponde la 207,
sígame.
Jazmín
la siguió hasta el segundo piso, entonces le fue entregada una tarjeta y una
pequeña llave, ambas con el número 207 en ellas; le pareció un poco extraño que
la acompañara hasta ese punto pero no hasta su habitación, mas no le dio
importancia y se dedicó a buscar su habitación.
Todas
tenían grandes puertas metálicas, lo que la puso un poco nerviosa, pero siguió
caminando hasta la 207 y deslizó su tarjeta por la ranura indicada; la puerta se
deslizó automáticamente. Jaz dio un par de pasos hacia dentro y la puerta
volvió a cerrarse, asustándola. Tras un pequeño pasillo había una puerta de
madera con un letrero en ella, “T. Bundy”; por un momento se sintió como
Clarice visitando a Lecter, pero a diferencia de ellos, aquí no habría un
vidrio entre ambos. Introdujo la llave en la cerradura, rogando que la fama del
lugar estuviera justificada y que no apareciera frente a ella un imitador de
Bundy regordete y grotesco. Giró la llave y entró al lugar.
Era
un cuarto de hotel como cualquiera, con escasos muebles (tal parecía que hasta
ahí había llegado su presupuesto), y pudo ver a un hombre en cuclillas que
parecía muy abstraído en alguna actividad, pues ni siquiera volteó cuando ella
cerró la puerta. Estaba de espaldas, así que Jazmín se acercó cautelosamente
intentando descubrir qué era lo que hacía; cuando estuvo a apenas un metro de
distancia lo averiguó con horror, estaba agazapado sobre el cadáver de una
mujer, extrayendo sus intestinos con la ayuda de un largo cuchillo.
Jaz
no pudo reprimir un grito y el hombre giró hacia ella, era increíblemente
parecido a las fotografías y videos que había visto de Ted Bundy; el cruel
asesino salpicado de sangre dejó al cuerpo inerte y se acercó a ella, aún
sosteniendo su afilada arma; la mujer estaba paralizada por una oleada de
excitación y terror, que aumentó cuando él la sostuvo fuertemente de la
cabellera y la besó con brusquedad, para luego abofetearla con tanto ímpetu que
la derribó.
El
rostro de Jazmín ardía y palpitaba deliciosamente por el dolor, y deseó a ese
hombre más que nunca. Él se arrodilló frente a ella, recorrió sus piernas
desnudas lentamente con el cuchillo hasta llegar a su falda, que cortó
violentamente causándole heridas en los muslos, en tanto que su ligera camiseta
cedió fácilmente ante el filo, al igual que su ropa interior.
Aquel
psicópata cerró una de sus largas y fuertes manos alrededor del cuello de
Jazmín mientras la penetraba bestialmente, luego tomó las piernas de la joven y
las puso sobre sus hombros, tras lo cual comenzó a propinarle fuertes puñetazos
en el rostro hasta hacerla sangrar.
Ella
gozaba con ese intenso dolor que ninguno de sus previos amantes había logrado
proporcionarle, y sufrió un espasmo casi orgásmico cuando sintió como su labio
inferior se rompía liberando una buena cantidad de sangre, que lamió con una
mueca lasciva, lo que enfureció a su compañero.
—¡Así
que te gusta la sangre, perra! —pronunció al mismo tiempo que la arrastraba por
el cabello hasta donde se encontraba el cadáver, y la arrojó de bruces contra
él. Bundy la mantuvo así, de rodillas frente a aquel despojo humano, y le
introdujo su palpitante miembro por el ano mientras azotaba su cabeza contra
los órganos expuestos de lo que alguna vez fue una mujer.
Así,
siendo sodomizada, con la cabeza hundida entre vísceras, y sintiendo cómo aquel
asesino serial le tajeaba en la espalda y las piernas que se humedecían de
sudor y sangre, Jazmín tuvo el mayor orgasmo de su vida, y al poco tiempo
sintió cómo sus heridas eran salpicadas de líquido seminal.
—Ahora
lárgate si no quieres terminar como ella —le dijo Ted señalando al cadáver que
le había servido de almohada. Jazmín se envolvió con una sábana, tomó rápido el
par de llaves y salió de aquel cuarto sonriendo satisfecha (o al menos lo
intentándolo, ya que su maltrecho y adolorido rostro no podía gesticular del
todo). Sin embargo, su sonrisa se desvaneció cuando notó que la puerta no tenía
una ranura para deslizar su tarjeta como en el exterior, de hecho, no se veía
ninguna posible forma de abrirla desde adentro. Intentó empujarla, deslizarla e
incluso golpearla pero nada funcionó. De pronto escuchó una voz, y se dio
cuenta de que provenía de un interfono.
—¿Ha
terminado, señorita Auz? —pronunció la voz de Liss.
—Sí,
ya quiero salir —respondió ella observando con temor la puerta con aquella
inscripción, “T. Bundy”.
—Claro,
aunque antes debemos hablar de su pago.
—Bien,
déjeme salir de aquí y podremos hablar de eso —dijo sin dejar de mirar hacia la
puerta.
—No
es necesario, verá, el Sr. Bundy realizó un viaje bastante largo para
complacerla, y sería injusto que se marchara tan pronto, así que su pago será
mantenerlo entretenido un poco más.
—Pero…
—Un sutil sonido indicaba que la comunicación se había cortado. Jazmín gritó
suplicante que la dejaran salir, mirando aterrorizada aquella puerta de madera,
y sus ojos se humedecieron cuando Ted fue el único que reaccionó con sus
gritos.
—Ah,
sigues aquí —le dijo obligándola a entrar de nuevo al cuarto mientras ella lloriqueaba
y forcejeaba, tratando de liberarse inútilmente.
Él
la ató a una silla, desprendió el largo tubo metálico del clóset con el que
contaba aquella habitación y comenzó a golpearla con furia; a ella el dolor
dejó de parecerle estimulante cuando sintió cómo los huesos de sus piernas se
rompían y sobresalían de su piel. Ya no veía a aquel hombre como un símbolo
sexual, sino como el monstruo sádico que era, hasta que de pronto la miró casi
misericordiosamente, recuperando un poco de su encanto.
—Me
da tanta pena ver a un hermoso rostro como éste tan maltratado —pronunció
acariciándola. Tomó una funda de almohada y se la colocó en la cabeza, atándola
fuertemente en el cuello y así limitando la respiración de Jaz al mínimo.
Jazmín
sentía todo su cuerpo como una gran herida abierta y creyó que era imposible
sentir aún más dolor. Escuchó que su agresor se alejaba, y pensó que por fin se
había aburrido de ella; pero de pronto el sonido de madera rompiéndose la
asustó. Sintió como él abría sus adoloridas piernas y deslizaba una mano hacia
su vagina; no pudo evitar sentir un poco de placer ante ese contacto, pero se
desvaneció rápidamente cuando la pata de una silla penetró dentro de ella.
Quiso gritar, pero la presión sobre su garganta se lo impidió y comenzó a sentir
cómo la vida se escapaba de su cuerpo.
Jazmín
se despertó sobresaltada en su cama, sudor frío resbalaba por su espalda. Se
llevó las manos al cuello para comprobar que ahí no había nada. Luego corrió a
mirarse al espejo de su tocador, tenía el labio inferior morado e hinchado al
igual que el ojo izquierdo, pero nada más, y en una esquina del espejo miró una
tarjeta, que decía: “El Burdel de las Parafilias”. Leyó el reverso, sonrió
ampliamente, y dijo:
—Claro
que volveré.
EL BURDEL DE LAS PARAFILIAS CAPITULO 4:
Estigmatofilia y algo más
En su trabajo Liss estaba acostumbrada a
observar a toda clase de esperpentos, depravados, exconvictos y mujeres tan
horribles que resultaría difícil que consiguieran sexo gratuito, por lo que le
pareció curioso tener a un espécimen como su interlocutor en el burdel. Se
trataba de un muchacho alto de veinte años, con facciones delicadas, cabello
negro rizado y una piel tan perfecta y blanquecina como la porcelana, además de
portar gafas oscuras; de inmediato ella pensó en un Jim Morrison muy joven, lo
único que disminuía ligeramente su atractivo era su pronunciada delgadez.
—Bien Mattew, ¿por qué viniste al burdel?
—preguntó ella con verdadero interés.
—He escuchado que son en extremo
complacientes, y que no conocen límites por lograr satisfacer a sus clientes
—pronunció él con voz grave.
—Es verdad —le respondió, invitándolo a
continuar.
—Estoy interesado en una joven que asiste a
mi universidad, tiene varios tatuajes y perforaciones. Verás, soy
estigmatofílico.
—De acuerdo… aunque con tu físico no entiendo
por qué necesitas de nuestra ayuda, somos un burdel, no cupido.
—Mi interés por ella dista mucho de ser
romántico, y la estigmatofilia no es mi única parafilia; digamos que la otra no
entra en los límites legales, así que…
—Entiendo, necesito el nombre de la chica y
una fotografía, o en su defecto su cuenta de Facebook. ¿Tienes alguna otra
petición?
—Quiero tener disponible una cocina bien
equipada y un comedor con una mesa bastante grande, además de unos diez metros
de cuerda. Eso sería todo. —Dicho esto, le proporcionó los datos de la
universitaria, y Alyssa le indicó que su habitación estaría lista pronto, para
luego invitarlo a esperar en la orgía o en el espectáculo del día; pero Matt
era demasiado egocéntrico como para estar en un sitio donde él no fuera el
centro de atención, así que optó por la primera opción.
El larguirucho joven caminó a un costado de
aquel grupo de cuerpos que se agitaban y exclamaban de placer; se sentó en un
sillón cercano a observarlos sabiendo que no era necesario acercarse a ellos.
Rápidamente las féminas centraron su atención en él distrayéndose de sus
lúbricos movimientos; una chica morena de cabello corto ondulado y amplias
caderas se abalanzó sobre él desnudándolo, y Mattew lo permitió gustoso. Otra
joven de ojos grises, con un cuerpo aniñado y facciones de muñeca japonesa se
le acercó besándolo y jugueteando con su rizada cabellera.
La primera chica terminó de despojarlo de su
vestimenta dejando al descubierto su bien dotado miembro, al verlo la muñeca
viviente se acercó a lamerlo con lascivia y su compañera hizo lo mismo. A Matt
le fascinó la escena, el par de mujeres recorriendo su virilidad con sus
lenguas que se cruzaban a ratos.
Harta de la situación, la morena empujó con
facilidad el pequeño cuerpo de la chica de los ojos grises, se colocó sobre el
atractivo joven sin evitar exclamar ligeramente de dolor cuando aquel enorme
miembro la penetró por completo. La enclenque mujer ya se había levantado del
piso y se disponía a atacar cuando una criada interrumpió la situación.
—Disculpe, su cuarto ya está listo.
—Claro, ¿podrían acompañarme estas chicas?
—Si ellas gustan, no hay ningún problema.
Ambas chicas aceptaron gustosamente seguir a
su galante amante y le proporcionaron sus seudónimos, la caderona chica morena
era conocida como Velvet y Marion era la pequeña muñeca de los hermosos ojos
grises. Él caminó con cada brazo en la desnuda cintura de sus guías y ellas lo
condujeron hasta su habitación, la 307, y soltó por un momento a sus bellas
acompañantes para abrir aquella sencilla puerta de madera blanca.
Al hacerlo, se encontró con el objeto de sus
más oscuros y perversos pensamientos: Clare, conocida como “la fantasma” por su
lechosa piel. Estaba ataviada como acostumbraba con una ligera camiseta negra
que dejaba poco a la imaginación, una cinturilla de látex, una falda corta y
botas de charol con tacones de aguja gigantescos; su tersa piel mostraba
tatuajes en los brazos y la espalda, y en su bello rostro estaban perforados su
nariz, su labio inferior y su lengua.
Clare caminó felinamente hacia él, con tan
sólo mirarla con aquella vestimenta en su voluptuoso cuerpo tatuado, él tuvo
una fuerte reacción, la había deseado tanto tiempo y ahora la tenía por fin;
pero ¿accedería realmente a sus proposiciones? Y lo que era más importante,
¿podría llevar a cabo su mayor fantasía?
Dio un rápido vistazo al lugar, era
justamente lo que había solicitado: una amplia cocina y un comedor como el que
tendría cualquier casa, además de varios metros de cuerda debajo de la mesa. La
conversación con Clare fue en extremo fugaz pero deliciosa, en la universidad
ella siempre lo miraba con desdén y él jamás se había atrevido a hablar con
ella hasta ese momento. Le propuso compartir a aquellas chicas, y ella aceptó
sin meditarlo. Matt llegó a la conclusión de que debieron pagarle, costo que
seguramente incluirían en su cuenta a pesar de haberle dicho que el pago no sería
monetario.
Procedió a cortar un tramo largo de cuerda
con un machete que encontró en la cocina y lo colgó al techo, le ató los brazos
a Velvet mientras Clare extraía de su bolsa de mano una correa que le colocó a
Marion y la fustigaba diciéndole que era su mascota y que sólo debía moverse a
gatas. El chico procedió a atar las piernas de Velvet igualmente al techo,
dejándola pendiendo frente a la mesa. La fantasma hizo que su esclava subiera a
la mesa y comenzara a lamer la vagina expuesta de su compañera mientras le
asestaba fuertes golpes con su fuete para que aumentara la velocidad.
El falso rey lagarto, entusiasmado por la
escena, procedió a utilizar la cavidad libre de la colgante chica morena que
aulló de dolor al sentir cómo desvirginaban aquella zona suya con tan
gigantesca erección, aunque el sufrimiento pronto se tergiversó en un inmenso
placer; para Mattew aquella sensación era apenas comparable con la excitación
que le producía ver cómo Clare fustigaba a Marion con crueldad.
Tomó el machete con el cual había cortado la
cuerda y lo dejó caer con fuerza sobre el muslo izquierdo de Velvet; la sangre
salpicó a la muñeca viviente sin que ella lo notara y Velvet comenzó a gritar
de dolor. Tras cuatro certeros machetazos más, la pierna se desprendió, y Mattew
procedió a realizar el mismo procedimiento con la otra pierna en tanto su
víctima aullaba de dolor y se retorcía intentando evitar su mutilación. Cuando
hubo terminado, la sádica fantasma le ordenó a su mascota que lamiera aquellos
muñones; Marion se negó con asco, pero luego de las terribles agresiones de
Clare ya los estaba lamiendo fervorosamente.
Entusiasmado por la escena, el joven procedió
también a amputarle los brazos. Velvet suplicaba que la matara en lugar de
dejarla vivir de aquella forma, pero él no le prestó atención, estaba demasiado
fascinado con lo sencillo y placentero que resultaba manipular aquel cuerpo
cercenado sobre su miembro. No obstante, el patético rostro ensangrentado de
Marion lo distraía demasiado.
—Clare, ¿acaso te parece correcto que la
mascota esté sobre la mesa?
La voluptuosa mujer jaló la correa de la
chica y su flacucho cuerpo cayó enseguida, se colocó sobre ella sosteniendo un
cuchillo que había extraído de su bolsa, acercó su rostro al de la chica que
destilaba terror y le lamió un ojo, tras lo que le asestó una puñalada en él,
retorciendo el cuchillo, destrozando así su globo ocular dejando sólo una
cuenca sanguinolenta. Enloquecido por esta visión, Matt arrojó el cuerpo de
Velvet y se dirigió hacia ella, la obligó a ponerse de rodillas y penetró
aquella cavidad con un poco de dificultad debido al reducido espacio de ésta;
sin embargo, al lograrlo sintió la experiencia más placentera de su vida, aquel
sitio era tan estrecho, tan tibio, ¡y la sangre que manaba de él! Simplemente
le pareció una delicia aumentada por la visión del bello rostro de muñeca que
suplicaba por piedad mientras Clare seguía golpeándola cada vez más fuerte,
aquel atractivo joven no puedo soportarlo más y descargó sus fluidos dentro de
esa cuenca.
Y aún tenía frente a él a Clare, su plato
fuerte, la razón que lo había conducido a aquel lugar y la musa que lo había
inspirado a llevar a cabo esos barbáricos actos. Pensó por un mínimo instante
en preguntarle cómo es que la habían convencido, pero decidió que no había
tiempo de nimiedades como ésa, tendría que quedarse con la duda.
La hizo sentarse sobre la mesa, lamió su
lechoso cuello y mordisqueó sus amplios hombros mientras recorría su basto
cuerpo con las manos. Desató con destreza su cinturilla y la despojó de su
camiseta, dejando expuestos sus grandes pechos de rosáceos pezones perforados,
y lamió uno de ellos jugueteando con aquellas puntas metálicas. La recostó
sobre la mesa desatando velozmente sus botas y le retiró la minúscula falda,
encontrando un gran tatuaje en su muslo derecho. La ropa interior se la retiró
lentamente, gozando de aquel momento al máximo hasta que la tuvo completamente
desnuda, y completamente suya.
Contempló su magnífica desnudes, y ella le
dirigió una seductora sonrisa que se desvaneció cuando él comenzó a atarle
brazos y piernas a las patas de la mesa, para luego desaparecer de su vista;
ella escuchó cómo revolvía utensilios de cocina hasta que finalmente regresó.
—¿Sabes? Tenía dudas de cómo procedería
ahora, pero encontré un sartén eléctrico, y eso ayuda bastante —dijo de pronto
y colocó el sartén junto a ella.
—¿Para qué quieres un jodido sartén
eléctrico?
—Nunca me ha gustado la carne cruda
—respondió con un ligero tono humorístico, y repentinamente le clavó un tenedor
en el seno derecho como apoyo para cortarlo con uno de los afilados
cuchillos; Clare lo maldijo tanto como pudo, pero era como si él no pudiera
escucharla. Sazonó el trozo de carne y procedió a colocarlo sobre el sartén, el
aroma le resultó embriagante, y cuando hubo estado bien cocido lo vislumbró
momentáneamente, pensando que con aquella perforación le resultaba aún más
tentador, y cuando se lo llevó a los labios sintió que estaba degustando el más
excelso manjar de su existencia.
Probó luego la carne de su espléndido trasero
y su rosada vagina, ambos le resultaron exquisitos y, ¡ah!, los desgarradores
gritos de dolor que ella exclamaba le resultaban tan magníficos como cualquier
caprice de Paganini, hubiera querido deglutirla por completo como había fantaseado
tantas veces; sin embargo, sabía que era físicamente imposible, así que decidió
llevar a cabo su fantasía final.
Tomó un bote de crema batida que había
encontrado en el refrigerador y lo introdujo en la garganta de Clare liberando
su contenido, ésta se ahogó con la mitad de éste, por lo que el resto quedó
acumulado en su boca. Mattew decapitó a su víctima con tres machetazos y puso
aquella cabeza sobre su palpitante músculo erecto. Fue indescriptiblemente
delicioso, la sangre mezclada con la crema batida daban una sensación
extraordinariamente placentera, además de que los vidriosos ojos de Clare
mirándolo acrecentaban su gozo; movió frenéticamente aquella cabeza hasta que
estalló de placer, provocando que de la boca de Clare surgiera semen mezclado con
la dulce crema.
Contempló la cabeza de aquella chica que
siempre lo había mirado desdeñosamente y quiso conservarla, pero le pareció
inconveniente, y decidió simplemente vestirse y abandonar el lugar.
Bajó por el elevador y no vio rastro de la
criada o Liss, y pensó que si corría lo suficientemente rápido lograría escapar
sin pagar la temida y desconocida cuota; pero justo antes de alcanzar la
puerta, sintió un pinchazo en el cuello y cayó al suelo. Despertó totalmente
inmóvil y con la visión ligeramente borrosa, notaba una silueta femenina
moviéndose frente a él.
—¿Acaso no leíste el contrato, Mattew? El
precio SIEMPRE se paga —La voz le resultaba vagamente familiar… ¿Liss? Su
vista estaba aclarándose poco a poco—. La droga que te inyecté te impedirá
moverte, aunque podrás sentirlo todo.
Mattew parpadeó varias veces, era el único
movimiento que podía hacer. Por fin su visión se aclaró, la mujer que estaba
frente a él llevaba la ropa de Clare, ¿qué clase de enferma robaba la ropa de
una muerta? Aquella mujer le puso un objeto frente al rostro, un gancho como
los que se usan para sostener a los cerdos decapitados en las carnicerías.
Mattew dirigió su vista hacia su captora, y contempló con terror que se trataba
de Clare. “No puede ser, yo te maté, ¡yo te maté!”, se repetía mentalmente.
Ella pareció entender lo que pensaba y soltó una estridente risa.
Aquella fantasma clavó el gancho en los
genitales de Matt y jaló de la cuerda que lo sostenía levantándolo varios
centímetros del suelo; su escroto sangraba, y como ella lo dijo, él no podía
más que sentir aquel insoportable dolor y las lágrimas que brotaban de sus ojos
a causa de éste. Maldijo una y otra vez a Clare mentalmente, suplicó y rogó a
un Dios del que siempre había renegado que lo salvara de aquel terrible
sufrimiento, que simplemente se volvió peor, pues Clare comenzó a desollar su
rostro y su cuero cabelludo. Luego le llevó un espejo y él quiso evitar aquella
visión horrible, pero ya no poseía párpados y tuvo que observar cómo su belleza
se había desvanecido, dejándolo como un adefesio rojizo y desagradable.
Por fin pudo mover los labios y formuló una
sola palabra:
—¡Bájame!
Su torturadora sonrió perversamente, alzó
lentamente un largo cuchillo y le cortó de tajo los genitales; Mattew cayó
fuertemente al piso y miró con horror su virilidad aún colgada del gancho…
gritó hasta quedar ronco.
Mattew se despertó con su propio grito,
asustado palpó su entrepierna; todo seguía en su lugar. Corrió hacia el espejo
del baño: su bella piel se mantenía sobre su cráneo. Miró el reloj, una vez más
se le había hecho tarde para llegar a la escuela. Tomó sus cosas de prisa y
corrió hacia la universidad que estaba bastante cerca de su departamento. A
pocos pasos de llegar a su salón, sintió una mano en su hombro, y al voltearse
se encontró de frente con Clare. No pudo contener una reacción de miedo al
recordar su terrible “sueño”.
—Disculpa, se te cayó esto —le dijo ella
entregándole una pequeña tarjeta blanca, y se fue. Mattew la miró, y casi la
deja caer, cuando la leyó “El burdel de las parafilias”. Le gritó a Clare,
quería hablar con ella sobre lo que había sucedido, pero ella sólo le guiñó un
ojo y se llevó el dedo índice a los labios. Él entendió la señal, nunca
hablarían de aquel asunto…
EL BURDEL DE LAS PARAFILIAS CAPITULO 5:
Incesto
y voyerismo
—¿Qué diablos te pasó en el ojo? —le preguntó
Alice a su mejor amiga, a la cual parecía que le hubieran propinado una buena
paliza.
—Si te lo contara no me lo creerías…
—Vamos, te conozco desde la primaria, sabes
que puedes contarme lo que sea.
Su interlocutora meditó un poco, hasta que
por fin se decidió a hablar.
—Bien… ¡cumplí mi fantasía! ¡La de Bundy!
—¡Pero es imposible! —argumentó ella,
completamente incrédula.
—Eso creí yo, ¡pero sucedió! No lo sé… conocí
un lugar bastante extraño, podría decir que tiene algo de sobrenatural.
—¡Dame la dirección!
—¿Qué piensas hacer?
—No puedo decirte, pero sé que si pudieron
conseguirte a Bundy, podrán satisfacerme.
Tras toda clase de
chantajes para que le revelara su fantasía, sin conseguirlo, su amiga le
proporcionó la dirección y las indicaciones pertinentes, omitiendo, por
supuesto, la parte del pago. Una hora después, Alice ya estaba de camino al
lugar. Tenía algo muy claro en mente, o mejor dicho, a alguien: su padre.
Sus progenitores se
habían divorciado cuando ella tenía once años, no entendía por qué, ellos
parecían amarse demasiado y nunca los vio discutiendo. Se quedó al cuidado de
su madre que se negó a darle explicaciones, lo único que llegó a decirle fue la
gastada frase “él no era quien yo pensaba”; Alice asumió que se había tratado
de adulterio y dejó de hacer preguntas.
Descubrió
la verdad cuatro años después debido a una perversa amiga que le envió “un
video muy interesante”, en el cual aparecía una mujer extremadamente delgada
siento penetrada brutalmente por un hombre con un miembro tan gigantesco que se
le marcaba a la chica en el vientre, parecía que en cualquier momento la piel
se le destrozaría y ese pene saldría ensangrentado como en aquella escena de Alien.
En definitiva, se
trataba de un espectáculo entretenido, pero lo que realmente la impresionó fue
el momento en que se amplió la toma, y reconoció a su padre como aquel
folla-anoréxicas. Se dijo que era imposible, leyó los comentarios bajo el video
averiguando que aquel sujeto se hacía llamar “Nacho Sixxx”. Una rápida búsqueda
en Google confirmó sus sospechas, se trataba de Ignacio Borges, su padre, tal
parecía que era toda una celebridad en el porno bizarro. Se dedicó a mirar sus
videos, hacía de todo: coprofilia, necrofilia, formicofilia, incluso había
hecho un trío con un perro y una enana sadomasoquista. Ahora comprendía por qué
su madre se había escandalizado, aunque a ella le pareció sumamente excitante y
habitualmente fantaseaba con participar en uno de sus peculiares videos. Se
había contenido de comunicarse con él por temor a su reacción y a que su madre
pudiera enterarse, pero ahora que se presentaba la oportunidad, no pensaba
desperdiciarla.
La entrevista con
Liss le resultó sumamente distrayente, pues la europea llevaba un minúsculo
vestido con un pronunciado escote delantero que apenas cubría sus grandes y
firmes pechos. Por su parte, Alyssa se encontraba bastante molesta por tener
que vestirse como mujerzuela, así que decidió terminar rápidamente aquella
conversación con esa adolescente delgada y bajita que poseía una melena
pelirroja leonina que le llegaba hasta los hombros, pensando que lucía como una
tutsy pop, y a pesar de su mal humor, esbozó una sonrisa.
—Señorita Borges, ¿en
qué puedo ayudarla?
—Me gustaría tener
sexo con mi padre —dijo ella sin titubear, el rostro de Liss no se inmutó ante
la incestuosa frase, era algo sumamente común en su trabajo—. Se llama Ignacio
Borges, aunque es mejor conocido como Nacho Sixxx.
—¿El actor porno?
—Esta vez sí podía percibirse un ápice de sorpresa e interés en la expresión de
Liss, Alice asintió casi orgullosa—. Bien, será un honor tenerlo en mi burdel,
soy admiradora de su trabajo y no había tenido la oportunidad de colaborar con
él. ¿Ha pensado en algún escenario en específico?
—Sí, un circo, pero
no como uno de los actuales, sino al estilo antiguo, con fenómenos.
—Ahora es un poco
despectivo llamarlos de esa forma, pero entiendo a lo que se refiere. ¿Está
interesada en alguna deformidad en particular?
—No, sorpréndeme, con
unos tres o cuatro bastarán, y además me gustarían un par de animales y un
disfraz de arlequín.
—De acuerdo, su
habitación estará lista en una hora y media, aproximadamente, durante ese
tiempo puede presenciar nuestro espectáculo del día y posteriormente acudir a
nuestra bodega de vestuarios para escoger su atuendo, la criada la conducirá a
donde guste.
—Sólo una cosa más,
no le mencione a él quién soy. Quiero que todo el asunto se maneje como si
estuviera grabando otro de sus videos —Alice había decidido que quería darle la
sorpresa ella misma. Antes de retirarse quiso despejar una duda, odiaba
quedarse con la curiosidad—. Disculpa la pregunta, pero… ¿siempre recibes a los
clientes vestida de esa forma?
—Por fortuna no, a
uno de nuestros usuarios frecuentes se le ocurrió incluirme en su fantasía, y
bueno… tengo que encontrarme con él en un momento. —Liss condujo a la chica a
la salida de su oficina y le presentó a la pequeña criada.
La joven de la
enmarañada cabellera llegó cuando el espectáculo ya había comenzado, así que no
pudo sentarse hasta el frente como le hubiera gustado, pero como el lugar no
era demasiado grande, tenía buena visibilidad. Reconoció de inmediato la
canción que estaba sonando, se trataba de un extraño remix de “Sisters of the
Light” de Xandria con música oriental.
En el escenario se
encontraban un par de gemelas de piel morena con tintes dorados, llevaban
atuendos de belly dance góticos y portaban vistosas joyas sobre la cabeza, los
antebrazos y los tobillos; a Alice le parecieron como princesas hindúes de
inigualable belleza y delicada figura. Cuando por fin pudo desviar la mirada de
aquellas hipnóticas mujeres de minúscula cintura, pudo ver que sobre ellas había
un hombre corpulento boca abajo, sostenido únicamente por cuatro ganchos que se
habían clavado en los extremos de su espalda, y a sus costados pendían un par
de largos trozos de tela violáceos.
Las chicas bailaban
tan coordinadamente que una persona poco observadora podría creer que se
trataba de una sola mujer frente a un espejo. Por supuesto, la ilusión se
perdió cuando una de las chicas comenzó a envolver sus brazos con las telas y a
elevarse sobre el hombre que pendía del techo, realizando toda clase de
acrobacias con ayuda de aquellos grandes listones. Por su parte, la otra gemela
caminó hacia un estante lleno de largas varillas metálicas (el cual Alice no
había notado hasta ese instante), y tomó una de ellas sin dejar su danza ni
siquiera cuando clavó aquella varilla en el pecho del hombre colgante y algunas
gotas de sangre la salpicaron. El hombre exclamó de dolor, pero fue apenas
audible por el elevado volumen de la música; ambas chicas seguían con el
espectáculo, una contoneándose en el aire y otra sobre la plataforma mientras
seguía clavando varillas, cada vez más rápido, en el torso del hombre que
profería maldiciones al tiempo que su sangre se derramaba sobre el escenario y
la bailarina.
Cuando le hubo
clavado al menos veinte varillas que formaban un amplio círculo en su cuerpo,
continuó su danza mirando a su hermana, que se había elevado aún más enrollando
la tela desde sus tobillos hasta sus rodillas, y que abruptamente se dejó caer
sobre la víctima de su gemela girando a causa de la tela que se desenvolvía;
cayó directo en el centro del círculo que se había formado y atravesó el cuerpo
llenándose de sangre y vísceras, además de quedar rodeada por las varillas que
habían cedido junto con la piel. Su gemela retiró algunas de las varillas, la
ayudó a bajar, y así, cubiertas del pegajoso líquido rojo, se besaron
febrilmente para finalizar con una pequeña reverencia frente al público, que
aplaudió hasta que les dolieron las palmas (incluida, por supuesto, Alice).
El show había animado
a la pelirroja, ahora le correspondía representar su propio espectáculo. Le
pidió a la criada que la dirigiera hasta lo que Liss denominaba la “bodega de
vestuarios”, ésta en realidad lucía como los bastidores de un enorme teatro, y
era más grande que el departamento en donde ella vivía con su madre. Había
cientos de hermosos disfraces exquisitamente confeccionados, mas ella no se
dejó distraer de su propósito inicial, y siguió buscando hasta que encontró un
magnífico atuendo de arlequín que al parecer era de su talla; se trataba de un
vestido corto con rombos en rojo y negro, un gorro de dos picos con cascabeles
en ellas y unas largas botas de puntas enroscadas. Cuando se lo probó notó que
le sentaba a la perfección, era justamente lo que estaba buscando. Para su
maquillaje escogió una mezcla entre un mimo y Emilie Autumn. Finalmente se
colocó el gorro, dejando que mechones de su alborotada melena emergieran de él.
Se miró complacida en un espejo de cuerpo completo y salió al encuentro de su
guía, siendo tiempo de acudir a su cita; la mujer le indicó que le correspondía
el cuarto -108 y le entregó una gran llave antigua.
Caminó velozmente el
largo tramo hasta la habitación -108 con el corazón acelerado. El cuarto tenía
un enorme portón de madera, y en él una puerta de menor dimensión en la cual
estaba grabado el número. Alice estaba tan ansiosa que no pudo introducir la
llave al primer intento, cuando por fin pudo abrir la puerta sintió la fuerte
oleada al aroma a circo, una mezcla de palomitas de maíz, tierra húmeda, algodón
de azúcar y animales; inmediatamente después de percibirlo olfativamente, su
vista lo asimiló todo: los puestos de comida, los animales enjaulados y la gran
carpa con enormes carteles vintage que tenían dibujos de los fenómenos que se
presentaban en ella. Por último, sus oídos percibieron la clásica e
inconfundible música alegre que representaba aquel lugar.
Se introdujo casi
corriendo en la carpa haciendo sonar sus cascabeles, y se encontró con un
amplio lugar vacío, a excepción de unos curiosos personajes que se encontraban
en el centro del lugar.
—Tú debes ser la
directora, yo soy Nacho Sixxx —se presentó su padre, disfrazado de domador de
leones. Alice apenas contuvo las ganas de decirle que ella bien sabía quién
era, y le siguió la corriente proporcionándole un nombre falso, “Arleen”—. Te
presentaré a nuestro equipo del día.
El actor porno
comenzó a hablarle del personaje más vistoso que se encontraba en el lugar:
Betty, la viuda negra, nombrada así por su gran parecido con Betty Page, su
tendencia a asesinar a sus amantes y por poseer tres pares de brazos que
controlaba a la perfección, como comprobó la chica cuando la saludó con todos
los del lado derecho. A su lado se encontraba el poderoso Magnus, una mole de
dos metros de alto y doscientos kilos de puro músculo, que además tenía la
peculiaridad de tener dos penes, uno situado pocos centímetros encima del otro.
Un metro cincuenta más abajo de él, se encontraba un enano bicéfalo
hermafrodita, cada uno de sus rostros parecía pertenecer a un sexo diferente y
ambos lucían un tanto aniñados, haciéndolo parecer un infante deforme;
respondía al nombre de Glen y Glenda. Por último se encontraba reptando en el
suelo Amelia, la viperina; se trataba de una mujer sin brazos ni piernas que
poseía una larga lengua bífida y unos grandes y afilados dientes.
Además del bizarro
descrito, contaban con un camarógrafo, un león y un elefante, y podían disponer
de cuanto hubiera en el circo. La chica pelirroja quedó bastante conforme, y
más aún cuando Ignacio le informó que todos tenían indicaciones de hacer cuanto
ella pidiera. Alice apenas podía controlar su impulso de saltar sobre su
padre y desnudarlo en ese preciso momento, pero uno de sus mayores placeres era
el voyerismo, así que igualmente disfrutaría ver a aquellos extraños seres
copular.
Asimiló enseguida su
rol de directora y les indicó cómo deseaba la primera escena, además de
ordenarle al camarógrafo cómo debía grabarla. La mujer araña comenzó a besar
alternativamente las cabezas del enano mientras sus brazos lo despojaban de su
ropa, dejando al descubierto su cuerpo de niño. A su vez, Amelia se encontraba
realizándole una felación al león enroscando su larga lengua en su peludo
miembro y moviéndola ascendente y descendentemente, hasta que el animal se
encontraba tan excitado que comenzó a inquietarse. Lo condujeron hasta Betty,
que tenía sus seis brazos ocupados complaciendo a Glen y Glenda, estimulaba su
pequeño miembro y su vagina al mismo tiempo que acariciaba el resto de su
diminuto cuerpo, causando que sus dos cabezas gimieran de placer.
La mujer araña estaba tan distraída que la penetración del león la tomó por sorpresa y soltó un estridente grito, Nacho le propinaba fuertes latigazos al león para que la embistiera cada vez más fuerte y éste, en su excitación, arañaba la espalda de la mujer, llevándose en sus garras trozos de su piel y dejando en su lugar largas líneas rojas de las que manaba sangre.
La mujer araña estaba tan distraída que la penetración del león la tomó por sorpresa y soltó un estridente grito, Nacho le propinaba fuertes latigazos al león para que la embistiera cada vez más fuerte y éste, en su excitación, arañaba la espalda de la mujer, llevándose en sus garras trozos de su piel y dejando en su lugar largas líneas rojas de las que manaba sangre.
Perdida entre el
placer y el dolor, Betty comenzó a estrujar los cuellos del hermafrodita sin
dejar de estimular sus aparatos sexuales manual y oralmente, de lo contrario
habría notado cómo aquellos rostros aniñados cambiaban su tono rosado a uno
violáceo antinatural, sus globos oculares sobresalían rojizos sobre las cuencas
y sus regordetas manos se sacudían intentando liberarse. Estiró uno de sus
brazos para tocar la melena del león, atrayendo su cabeza a la suya, y cuando
éste rugió cerca de ella, estalló en placer.
Al notar que el
hermafrodita había muerto asfixiado, simplemente lo ignoraron. Alice se rehusó
a sacarlo de la escena, de hecho, el asesinato de aquel pigmeo le dio la idea
de transformar su video del porno al gorno; le comentó su idea a Nacho, al cual
le fascinó. Realmente aquellos engendros no le importaban, observar su
comportamiento sexual era entretenido y ciertamente estimulante, pero su
objetivo real era el hombre disfrazado de domador.
—No será complicado,
son un grupo autodestructivo —le dijo con convicción.
La siguiente escena
comenzó con la mujer araña siendo penetrada por los dos grandes miembros de
Magnus a la vez que Amelia lamía su clítoris con las puntas de su lengua
dividida. Ignacio, sujetando al león por su correa, se acercó a la gimiente
mujer que retorcía sus seis brazos de placer y comenzó a untarle los pezones y
el cuello con leche, provocando que la fiera lamiera su piel; la rasposa lengua
del animal le causaba un inigualable placer que fue transitoriamente de su
pecho hacia su cuello, donde, inesperadamente, Nacho dejó caer una enorme
cantidad de leche, causando que el león la lamiera con desesperación e incluso
comenzara a morder al clon de Betty Page, arrancándole la piel mientras ella
intentaba apartarlo con sus seis brazos sin lograrlo; animado por el sabor de
la carne, la bestia no dejó de morder hasta que aquellos anormales brazos
dejaron de moverse, y el domador lo apartó.
El cuerpo de la seudo
pin up lucía ahora semidecapitado, pues el león había devorado sólo
parcialmente su cuello y la cabeza aún oscilaba, apenas sostenida por mínimo
trozo de piel, ante las embestidas de Magnus. Asimismo, Amelia continuaba
recorriendo aquel cuerpo inerte con su larga lengua, tal vez con más entusiasmo
ahora que se encontraba ensangrentado; pero inconforme con la miserable
cantidad de rojizo fluido que podía lamer, empezó a mordisquear las musculosas
piernas de Magnus, sorbiendo la sangre que manaba de las heridas como una
sanguijuela.
Cuando los reflejos
tardíos de Magnus lo alertaron de lo que estaba sucediendo, enfureció, arrojó
el cuerpo de la mujer araña como si se tratara de una muñeca de trapo y cayó
con fuerza al suelo torciéndose de forma inhumana; irónicamente lucía como una
araña a la cual le habían aplastado la cabeza.
El musculoso hombre
miró al ser sin extremidades aún adherido a una de sus piernas, lo tomó de la
cabeza con una de sus gigantescas manos y lo llevó debajo del elefante, bastó
con que lo masturbara un poco con su mano libre para que reaccionara. Sujetó a
la sanguijuela humana de los costados y la empaló en el gigantesco y áspero
miembro del paquidermo causando que la amorfa mujer emitiera escalofriantes
gritos de dolor. Él continuó empujando ese compacto cuerpo contra el animal con
tal ímpetu que de la boca de la chica comenzó a brotar sangre, probablemente
alguno de sus órganos internos se había destrozado, pues no estaban
acostumbrados a albergar un huésped de tal magnitud. Calmada su ira, Magnus
dejó aquel cuerpo empalado que finalmente cayó cuando el elefante perdió su
monstruosa erección.
Con aquella mole
convenientemente agachada bajo el colosal animal y consciente de que era el
último de los fenómenos, Nacho le ordenó al elefante que corriera hacia él,
aplastando al engendro restante como si se tratara de un insecto cualquiera.
Ahora sin aquellos
anormales seres (que habían resultado un buen incentivo), no había nada entre
su anhelado amante y Alice; ella le indicó al camarógrafo que podía retirarse y
éste obedeció gustoso.
—Quiero que grabemos
una sesión privada —le dijo la pelirroja a Nacho, el cual estaba ansioso por
sacar el monstruo de treinta y cinco centímetros que tenía bajo los pantalones.
Alice se aseguró de
que la cámara encuadrara lo que ella deseaba, pulsó el inconfundible botón rojo
y se acercó a Nacho con el corazón acelerado. Se paró sobre las puntas de sus
pies para poder alcanzarlo, y besó sus labios con una ternura que pronto se
transformó rápidamente en pasión; Nacho tomó una de sus pequeñas manos y la
dirigió hasta su abultada entrepierna.
A la joven le pareció
increíblemente grande, así que decidió mirarlo con sus propios ojos, lo despojó
torpemente de su ropa y así tuvo frente a su rostro el famoso pene de Nacho
Sixxx (quizá aún más famoso que él mismo), comprobando que lo que había visto
en los videos era cierto, aquello era gigantesco.
Lo tomó con ambas
manos y comenzó a lamerlo casi con devoción hasta que recuperó la compostura y
trepó al elefante con la agilidad de una gimnasta, haciéndole señas a su padre
para que la siguiera. Él obedeció sin perder su gran erección, y al llegar
hasta ella la cargó con un brazo, despojándola de sus bragas, y luego la colocó
sobre su descomunal miembro; a pesar de lo excitada que se encontraba debido al
espectáculo de los fenómenos, no pudo evitar sentir dolor cuando fue penetrada
por aquella bestia.
Examinó por un
momento ese rostro que siempre había relacionado con una figura paterna y que
ahora se deformaba en muecas de gozo, no pudo más que sentirse aún más excitada
y se dejó llevar por el placer, hundiendo la cara en aquellos fuertes hombros,
mordiéndolos con fuerza; los cascabeles de su gorro tintineaban cada vez más
rápido.
Su padre la hizo
girar, bajó la cremallera de su disfraz dejándolo caer y siguió follándola con
ese inhumano miembro desde atrás, cargándola con el brazo izquierdo, mientras
que con el derecho pellizcaba sus pezones o jugueteaba con su clítoris
alternadamente.
La chica del cabello
color sangre no tardó en alcanzar el clímax y emitió un potente grito de
placer, se liberó fácilmente de los brazos de aquel hombre, descendió del
elefante (que seguía sin mostrar señas de que le importara un carajo lo que
ocurriera sobre él) y se dirigió hacia un juego para probar la fuerza con un
martillo que estaba junto a una serie de artículos de magia. La ansiosa
estrella porno la siguió sin titubear. Alice tomó unas esposas de entre el
equipo de magia y le ordenó a Nacho que se sentara en la parte del juego que
golpea el martillo, le esposó los brazos detrás de la espalda y se aseguró de
que la cámara lo enfocara correctamente.
Se acercó
seductoramente a su progenitor y recorrió lentamente su miembro con su lengua;
debido al maquillaje y el gorro que aún conservaba, Ignacio no pudo evitar
recordar a una sensual villana de DC Comics. Hasta que por supuesto ella se
detuvo cuando él estaba por estallar, empezó a quitarse el maquillaje con las
manos y notó que se trataba de su única hija, aquella que había preferido
abandonar en lugar de retirarse de la pornografía.
—¿No eres demasiado
joven para hacer porno? —Fue lo primero que se le ocurrió preguntar de entre la
maraña de dudas que llegaron a su mente. Alice lo miró, al principio confundida
por su pregunta, y luego emitió una sonora carcajada.
—¿Es eso lo único que
te importa? ¿Qué soy demasiado joven?
Alice volvió a reír
desquiciadamente, tomó el enorme martillo que se encontraba al lado del juego y
golpeó con fuerza el pene aún erecto de su padre, ocasionando que su uretra
expulsara un chorro de sangre, y que Ignacio Borges gritara como jamás en su
vida.
—Luego de abandonarme
tantos años y de follarme, ¿es todo lo que te preocupa?
La chica dejó de
sonreír y no le permitió contestar, pues reunió toda la fuerza que tenía en su
pequeño cuerpo y golpeó la cabeza de su padre con el pesado martillo, primero
del lado izquierdo y luego del derecho, destrozándole la mandíbula y
rompiéndole numerosos dientes.
Dejó caer el martillo
e hizo una reverencia ante la cámara como había visto hacer a las gemelas un
par de horas antes. Volvió a ponerse su hermoso disfraz de arlequín y salió de
aquél lugar dando pequeños saltos de felicidad; había quedado definitivamente
complacida. Fuera la esperaba la criada que le informó que era tiempo de saldar
su deuda, y la condujo hasta una habitación sin número, dejándola sola.
La chica se introdujo
en aquel cuarto pobremente iluminado y siguió una pequeña luz parpadeante que
identificó como la luz de una cámara que se encuentra grabando. Fue sorprendida
por unos grandes brazos que la desnudaron y la llevaron hasta una enorme diana
en la que sujetaron sus extremidades con brazaletes metálicos, y la hicieron
girar hasta que estuvo de cabeza.
La confusión y el
asco se apoderaron de ella cuando apareció el enano bicéfalo que creyó muerto,
se encontraba desnudo, y comenzó a recorrer su rostro con su pequeño y flácido
pene, mientras ella movía su cabeza intentando esquivarlo, sin lograrlo del
todo. Apareció arrastrándose la viperina que le lamió un ojo con lascivia,
mientras que Alice soltó un grito de repulsión, aquellas criaturas eran
entretenidas para observarlas, pero tenerlas cerca era simplemente horrible;
sacudió sus brazos y piernas intentando liberarse, pero lo único que logró fue
mover ligeramente la diana.
De pronto, notó como
volvían a girarla, y creyó ilusamente que la liberarían, pero al mirar hacia el
frente vio que su tortura apenas comenzaba. La mujer araña se encontraba
portando seis dagas, una en cada mano; Alice suplicó por su vida, “yo no les
hice nada, fueros ustedes mismos”, dijo una y otra vez sin que nadie le
respondiera.
La primera daga rasgó
uno de sus muslos, dejando expuesto músculo y tejido adiposo, haciendo que
Alice se retorciera de dolor provocando que la diana girara; la segunda daga se
clavó entre sus costillas, perforando uno de sus pulmones, la chica no dejaba
de llorar y gritar que la soltaran; pero contrario a eso, Betty lanzó la
siguiente daga que se clavó en su pezón izquierdo, provocando un nuevo aullido
de dolor; la cuarta daga fue a dar directamente a su ojo derecho, del que manó
abundante sangre; la quinta acertó en su pequeño clítoris, la voz de la joven
se había tornado ronca de tanto gritar, así que la mujer de seis brazos se
decidió a terminar con su sufrimiento: la última daga perforó su yugular y la
sangre bajó como una cascada bañando su delicado cuerpo. Mientras la vida
abandonaba el cuerpo de la chica, ella sólo podía pensar que, aún con el
insoportable dolor, aquello había valido la pena.
De entre una aniñada
cama de cortinas de seda colgantes surgió un horrible grito de terror, se
trataba de Alice, quien se había despertado de lo que creía que era el sueño
más fantástico y macabro que jamás tendría. Corrió entusiasmada a buscar su
diario para escribirlo antes de comenzar a olvidar los detalles. Al llegar a su
librero, vio entre sus libros un DVD que nunca había visto, era una caja negra
sin portada. La abrió con curiosidad, y encontró una pequeña tarjeta, que
decía: “El burdel de las parafilias”.
Sorprendida, miró
bajo su camisón buscando alguna herida, encontrando únicamente una pequeña
cicatriz entre sus costillas. Caminó hasta su clóset, guiada por un extraño
impulso, y encontró en él aquel hermoso disfraz de arlequín. Sonrió
ampliamente, aquella tarde volvería a usarlo, y se masturbaría viendo el video,
una y otra vez.
Anofelorastia y flashbacks
PUTRID DOLL Coloca una nueva
hoja sobre su restirador, en la esquina superior izquierda se encuentran dos
bocetos: el primero muestra a una chica con un vestido hecho de piel y coronada
con una diadema de dientes, mientras que el segundo ilustra a un par de gemelas
vestidas como bailarinas de belly dance sosteniendo espadas, es el espectáculo
que se presentará esa noche.
Sin embargo, esta vez
su jefa, Alyssa Romanova, la hace ponerse cursi debido a que una estúpida
pareja de clientes quería celebrar su aniversario en el burdel. ¿Quién carajos
celebra su matrimonio en un burdel? Qué idiotez… eso del romanticismo no era
para nada lo suyo, y no era parte de su contrato… Bueno, obedecer en todo a
Liss era su trabajo, pero cuando se lo planteó no se imaginó esta situación.
Dibuja tres cuerpos destazados formando la típica frase “I
Piensa en llamar a la
pequeña Candelaria (la criada que usualmente ofrece bocadillos caníbales a los
clientes) para que le proporcione algunos de sus manjares, pero presiente que
sólo será una distracción. Decide tomar una libreta de dibujo y recostarse en
su cama, siempre le ha resultado más fácil inspirarse estando horizontalmente.
Abre la libreta y sólo consigue usarla como almohada, esa labor le está
pareciendo torturante y aburrida; sin embargo, el castigo no duraría mucho, y
podría continuar con su labor habitual. A decir verdad, aquél era el trabajo
que siempre había anhelado y ni un lapsus de cursilería lo arruinaría. Comenzó
a perderse en el recuerdo del día en el que se unió al personal de El Burdel de
las Parafilias.
—¿Y
bien señorita Díaz…, qué piensa de mi oferta de trabajo?
—Me
parece bastante buena, quizá demasiado para ser real. Pongamos las cartas sobre
la mesa, Alyssa —Liss hizo un ligero gesto de molestia, las personas rara vez
la llamaban por su nombre completo—. ¿Qué es exactamente lo que tengo que
hacer, y qué me darás a cambio de hacerlo?
—Te
encargarás de los espectáculos del burdel, para ello te proporcionaré todo lo
que necesites, y como pago podrás hacer uso nuestros servicios siempre que
quieras, además de contar con hospedaje y alimento en nuestras instalaciones.
—¿Y
qué, nada de dinero?
—¿Para
qué necesitarías dinero, Jennifer? —dijo ella adoptando el tono familiar que su
interlocutora había tomado—. Tu habitación contará con todo lo que necesites y
mucho más, podrás diseñarla a tu gusto.
—Eso
de la habitación me suena a que tendré que estar trabajando mucho tiempo. ¿Cuál
será mi horario? —La europea no pudo contener una carcajada ante esa pregunta.
—No
tendrás un horario, si aceptas el trato pasarás a ser propiedad del burdel y no
podrás salir de él. Pero no pongas esa cara, ¿qué puedes perder? ¿Una familia
que no te comprende? ¿Una escuela llena de gente que te desprecia? ¿Una
sociedad que jamás te aceptará? Piénsalo, aquí puedes realizar cada fantasía
que cruce por tu mente, lo que hiciste hace unos días no es más que el
comienzo, tienes posibilidades infinitas, recursos ilimitados y vivirás rodeada
de lujos y sirvientes que estarán a tu disposición todo el tiempo. Entonces,
¿qué escoges? —Jennifer lo meditó un poco, pero no había mucho que pensar.
—¿En
serio no podré salir de nuevo?
—Te
daré un día libre al año y siempre puedes emular un paisaje exterior en alguna
de nuestras habitaciones.
—De
acuerdo, acepto. Pero hay algo más que quiero como pago —Liss la miró expectante
y le hizo una seña con la mano para que continuara—. Quiero información, saber
exactamente cómo funciona este lugar. ¿Cómo se mantiene si no cobran a sus
clientes? ¿Cómo es que consiguen personas tan hermosas que estén dispuestas a
prostituirse? Es decir, no lucían maltratadas ni temerosas, así que no pueden
estar secuestradas, y tú misma mencionaste que eran más de trescientas.
—Olvidaba
que tú no viviste la experiencia completa del burdel, debí dejarte hacerlo;
pero eres tan joven, tan sádica, me recuerdas a mí a tu edad, simplemente no
pude hacerlo. Te lo explicaré, o mejor aún, te mostraré un video que te
resultará mucho más educativo.
Tecleó
en su computadora y le mostró la pantalla a Jennifer, eran las imágenes de un
pedófilo con una pequeña niña pelirroja, que la ultrajaba para luego destrozar
su cráneo con un martillo y esparcir su semen en los restos. Se hizo un corte
en la escena y volvió a aparecer el pedófilo, esta vez estaba esposado y un
montón de niñas se acercaban para arrancarle pedazos de piel a mordiscos;
finalmente apareció otra niña pelirroja, Jennifer tuvo que acercarse a la
pantalla, era idéntica a la niña que habían asesinado al principio.
—Sí,
es la misma chica —le dijo Liss adivinando su pensamiento. Jennifer volvió a
mirar atentamente la pantalla, definitivamente era la misma chica o quizá su
hermana gemela, y todas ahora empalaban al pedófilo con un taladro gigante.
—¿Matan
a los clientes? ¿Entonces cuál es su ganancia? No lo entiendo.
—Sigue
mirando. —Habían vuelto a bajar el taladro, un par de criadas limpiaban el
cuerpo y lo vestían con ropa limpia idéntica a la que se había manchado de
sangre, y luego lo dejaron en un área limpia y se marcharon. Alyssa adelantó la
grabación media hora, de pronto el hombre se levantó y se retiró del lugar como
si nada hubiera sucedido. Jennifer casi pega su rostro a la pantalla intentando
encontrar algo que indicara que era falso, que aquel era otro hombre, pero no
pudo lograrlo.
—¿Qué
carajo? Esto no puede ser verdad. Es un montaje, efectos especiales, que sé yo…
—Dime,
¿cuál fue tu esclavo preferido?
—Daniel
Cifer —respondió ella sin dudarlo, aunque no sabía a qué venía la pregunta.
Alyssa tecleó algo en su computadora y sonrió perversamente—. ¿Por qué? ¿Acaso
estás buscando mi grabación con él? ¿Filman a todos los clientes? ¿Así obtienen
dinero, con películas snuff? —No pudo continuar con su mar de preguntas porque
el sonido de la puerta la interrumpió.
—Adelante
—gritó Liss aún con esa sonrisa maliciosa. La quinceañera miró hacia la puerta,
primero con curiosidad, y luego con horror: a unos cuantos metros de ella se
encontraba una aparición, un espectro, un joven de un metro ochenta de alto,
piel lechosa y atractivo como un Adonis, Daniel, su Daniel Cifer, al que le
había destrozado el cráneo con una tina y había cercenado post mortem. Era
imposible y, sin embargo, ahí estaba. Debía ser un truco, un gemelo… ¿pero
podían tener un suministro infinito de gemelos?
—Daniel,
¿recuerdas a esta chica?
—Por
supuesto, la ama Jennifer. Me encantaría volver a verla cubierta de sangre.
No…
ése no era ningún gemelo, aquella voz, aquellos gestos seductores, sin duda
alguna era el mismo hombre que había compartido una tina sangrienta con ella.
Tras decirle a Alyssa que le creía, ella le ordenó al joven que se retirara.
—Ahora
tengo más dudas que nunca… ¿qué es este lugar? ¿Cómo es que él sigue vivo… y
entero?
—Ah…
es una historia bastante larga… ¿Estás segura de que quieres escucharla?
—Por
supuesto, mientras más larga y detallada, mejor.
Entonces Jennifer esperó
atentamente a que comenzaran a relatarle aquella historia, la historia de
Alyssa Romanova y, sobre todo, la historia de El Burdel de las Parafilias. Ella
tomó aliento, y comenzó:
«Era una noche cálida
de primavera hace nueve años, ahí estaba yo nuevamente, en ropa interior con
encaje, salpicada de sangre, fumando uno de mis Benson mentolados, recostada en
la gigantesca cama de un hotel cinco estrellas y al lado del flácido cuerpo de
la última de mis víctimas. Sus sesos están esparcidos en la almohada y, por
como se siente mi frente, sospecho que también en mi rostro. Realmente no
quiero hacer esto por siempre, sí, al principio eso de seducir hombres
adinerados para luego asesinarlos y hurtar su dinero es divertido, pero quiero
algo más, iniciar un negocio, en específico pienso en un burdel al estilo
europeo, pero no uno común, quiero que sea algo espectacular.
Me termino mi cigarro
y me desnudo para quitarme de encima los restos de Manuel… ¿cuál era su
apellido? Da igual, lo único que recuerdo es que era bastante sensual, es por
eso que me lo follé antes de matarlo, los feos o viejos apenas sobreviven más
de cinco minutos tras entrar en la habitación.
Bajo la ducha sigo
pensando en mi burdel soñado y me convenzo de que sería todo un éxito, hasta
donde sé no hay nada parecido en esta ciudad. Desarrollo más la idea: tendría
cuartos temáticos, innumerables vestuarios, cientos de prostitutas de primera,
y el sueño se desmorona de nuevo… Para un proyecto así necesitaría mucho más
dinero del que obtengo con estos sujetos.
Salgo del baño y me
miro en el gigantesco espejo que cubre en su totalidad la pared lateral de la
habitación. Mido un metro ochenta, mi cabello lacio llega hasta mi delgada
cintura, tengo pechos grandes y firmes que hacen juego con un bien proporcionado
trasero, además de marcados rasgos europeos heredados de mi padre; no hay
necesidad de modestia fingida, soy muy atractiva, podría fácilmente engatusar a
uno de esos millonarios para que se casara conmigo, pero ésa no es la clase de
vida que me interesa, y en época asesinar a un esposo no resulta tan sencillo.
Quizá este
desquiciado sueño tenga que esperar un poco, si dejo de derrochar en atuendos
costosos, spas y restaurantes de lujo podría conseguir el dinero suficiente en
un año o dos. ¡Ja!…, ¿a quién engaño? Amo todas esas banalidades costosas.
Pienso
momentáneamente en mi ex, un sujeto adinerado y atractivo; de haberme quedado
con él ahora podría estar asoleándome junto a la piscina en alguna de sus
gigantescas casas. Pero también podría estar en un hospital con las costillas
rotas o gimiendo ante sus duras embestidas, eso era lo único que hacíamos,
pelear y tener sexo violento hasta quedar agotados. Fue bueno los primeros
años, pero terminé hartándome de todo eso. Decido olvidarme del “hubiera”, de
cualquier forma odio los baños de sol, Zaireth puede quedarse con su agua
clorosa.
Me visto nuevamente y
tomo la cartera de aquel hombre; su credencial de elector dice que su nombre es
Manuel Rodríguez. Me llevo el dinero y su tarjeta de crédito (conseguí sacarle
su pin a mitad de un inmenso orgasmo), y antes de irme le echo un vistazo a la
escena, sonriendo, la mucama va a tener mucho trabajo por la mañana.
Vacío la cuenta del
hombre, tristemente apenas son treinta mil pesos. Me deshago de la tarjeta y
regreso a mi hogar, un departamento espacioso de decoración austera pero bien
elegida, limito mis compras compulsivas a ropa, zapatos y alcohol que siempre
deben ser de la mejor calidad.
Tras comer y dormir
un poco, elijo mi look de la noche, una peluca castaña corta, un ceñido vestido
strapless y un par de tacones que me hacen lucir gigantesca en comparación con
las mujeres de esta ciudad.
Reviso mi agenda y
reafirmo el lugar al que acudiré esta noche, una fiesta de beneficencia llena
de políticos y celebridades, lugar perfecto para ir a cazar. Por supuesto,
tendré que elegir a alguien que no esté demasiado en la mira de la prensa o
tendré problemas. Al llegar puedo colarme entre los invitados gracias a mi
físico y un poco de ingenio… comienza la cacería. Me dedico a descartar a los
más famosos, a los acompañados y a los demasiado jóvenes; por fin encuentro a
una buena presa, atractivo, en sus treintas, porta un reloj bastante caro al
igual que todo su atuendo, su aspecto se mira muy trabajado, así que comienzo a
suplicar que no sea gay…
Resulta que no lo es,
y que es dueño de una empresa multinacional. Vuelvo a considerar la opción de
un matrimonio por conveniencia, pero sigue sin ser mi estilo, quizá pueda
torturarlo hasta que acceda a hacer una muy buena transferencia de dinero a
alguna de mis cuentas, ya lo decidiré en el hotel.
Por supuesto, él paga
una suite y yo mantengo un bajo perfil, de acuerdo a mi modus operandi me lo
follo antes de comenzar mi verdadero propósito; él resulta ser bastante agresivo,
y aunque eso me agrada, no lo salvará de una muerte segura. Evidentemente no
conseguiré nada de él por las buenas, así que extraigo mi .45 de mi bolsa y lo
amenazo. Contrario a lo que imagino, él comienza a reírse a carcajadas.
—¿Crees que esto es
un juego, imbécil? —le digo furiosa y le disparó en el muslo izquierdo,
mientras que él sólo se ríe más fuerte, aun cuando comienza a sangrar. Mi ira
aumenta, y le disparo en el abdomen, y él sólo toca la sangre brotante sin
dejar de reír. Me exaspero y le disparo en la cabeza, él cae al piso, y me
acerco para dispararle dos veces más esparciendo sus sesos por el suelo.
Demasiado frustrada busco su cartera en sus pantalones que habían quedado en el
suelo sabiendo que tendré conformarme con el dinero que encuentre ahí; dudo que
sea mucho, ya nadie carga efectivo.
—Liss… Liss… Liss…
—Volteo alarmada al ver que aquel hombre está detrás de mí, salpicado de
sangre, pero sin marcas de bala—. ¿No deberías asegurarte de que tu víctima
esté muerta antes de husmear en sus pertenencias? —No podía explicarme lo que
sucedía… ¿cómo seguía vivo? ¿De verdad era el mismo hombre? Miro detrás de él
confirmando que no había ningún cuerpo en el suelo. Tengo tantas incógnitas que
resolver, y sólo puedo formular la más estúpida de ellas:
—¿Cómo
sabes mi nombre? —Él no me lo había preguntado en toda la noche, y yo tampoco
me había molestado en decírselo.
—¿En
serio es eso lo que vas a preguntarme? ¿Nada acerca de cómo saqué esto de mi
cabeza? —pronunció divertido mientras mostraba tres balas sobre su palma—. Te
conozco, Liss, te he vigilado desde hace tiempo, aun antes de que comenzaras tu
pequeña carrera criminal, y debo decir que me agrada tu forma de pensar.
—¿Quién
eres? —A pesar de la extraña situación, recupero la compostura. Claramente no
era un ser humano, pero tampoco quería dañarme, o ya lo habría hecho.
—Eso
no es importante, sino lo que vine a ofrecerte, la oportunidad de cumplir tu
anhelado sueño.
—El
burdel… —pronuncio enseguida, la sonrisa en su rostro me indica que estoy en lo
correcto—. ¿A cambio de qué?
—Dolor,
sufrimiento, muerte; tú eres una experta en ello.
—¿Entonces
me construirás un burdel sólo por seguir asesinando?
—Yo
no haré nada, mientras más dolor y malicia traigas a este mundo, el burdel será
más grande. ¡Imagínalo, Alyssa! —Mi mente se llena de vívidas imágenes de
personas realizando orgías en una elegante estancia, cientos de cuartos de
temáticas tan diversas desde un circo hasta un cementerio, habitaciones
repletas de seductoras mujeres preparándose para complacer a los ansiosos
clientes y un gran escenario con un espectáculo digno de un teatro parisino;
era tan real que podría jurar que había estado ahí, seguramente aquel ser
estaba jugando con mi mente, pero aun así la propuesta es sumamente tentadora.
—Bien,
acepto el trato.
—En
ese caso, necesito que cometas tu primer asesinato para mí —dice entregándome
el revólver.
—Claro,
¿a quién tengo que matar?
—A
ti misma. —La respuesta me sorprende, aquello no tiene lógica alguna. Pienso en
cómo las balas no lo dañaron a él y en lo poco que puedo perder. Respiro hondo,
abro la boca, apunto hacia arriba y jalo el gatillo. Pierdo la conciencia.
Cuando
despierto, reencarno o lo que haya sucedido, estoy en el lugar que había visto
en sueños; es mucho más pequeño, pero es el mismo sitio sin duda alguna.
—Este
lugar es tuyo, Alyssa, para disponer de él como gustes. Irás descubriendo que
es un buen negocio inicial, y que mientras cumplas con nuestro trato, crecerá
ilimitadamente; de lo contrario irá derrumbándose poco a poco, todo depende de
ti».
—Entonces…
¿eso es lo que pasa? ¿Todos son inmortales en el burdel? Pero… ¿y los clientes?
—No
somos inmortales, Jennifer, ya estamos muertos, somos una especie de súcubos e
íncubos, por decirlo de alguna forma. Mientras que el lugar se alimenta del
dolor y la muerte, nosotros nos alimentamos del placer, ya sea propio o de los
clientes. Es por eso que nombré este lugar “El Burdel de las Parafilias”,
mientras más retorcido e intenso sea el placer que provocamos, nosotros nos fortalecemos.
Con respecto a los clientes, tenemos la facultad de revivirlos y restaurar su
cuerpo, aunque no lo hacemos del todo, ya que conllevaría un gasto mayor de la
energía que obtenemos de ellos, por lo tanto les quedan unas cuantas secuelas,
pero nada que resulte intolerable.
—De
acuerdo… pero, ¿yo qué tengo que ver en todo esto? ¿De qué podría servirte mi
ayuda? Por lo que veo el burdel ya es lo suficientemente grande, y debes tener
suficientes clientes para mantenerlo así.
—Claro
que hay muchos clientes, cientos de ellos, pero sólo un mínimo de ellos son
violentos o sumisos. Quiero que crees espectáculos para que les muestres el
erotismo en la sangre, que dejen de lado su temor y se aventuren a probar lo
que han visto en escena, que golpeen, torturen y maten para luego volver y
pedir hacerlo de nuevo. Eso es lo que necesito, lo que necesita el burdel para
no volver a ser una pocilga. Así que, ¿qué me dices?
—¿Crear
espectáculos gore para alimentar a un lugar sediento de muerte y a un montón de
súcubos? Me parece bien, ¿dónde firmo? —No había rastro de sarcasmo en la voz
de Jennifer, ella de verdad ansiaba ese empleo.
—Bueno,
tendrás que hacer algo más que firmar, eres una chica lista, supongo que ya te
lo imaginarás… —En efecto, Jennifer lo había deducido antes de que Alyssa le
pusiera el revólver delante: lo tomó, apuntó directo a su sien derecha y
disparó.
Definitivamente
ése había sido el momento más desagradable de la entrevista, aunque no
recordaba haber sentido dolor alguno, el terror psicológico fue suficiente;
aunque ahora que estaba muerta no notaba ninguna diferencia, la comida sabía
igual, su cuerpo se sentía igual, nada parecía haber cambiado y muchas veces se
preguntaba si de verdad había fallecido, pero nunca le daba mucha importancia.
Volvió
al presente, tenía que terminar su proyecto para el show de la próxima semana y
su mente estaba completamente en blanco. Miró la hora y se rió histéricamente
con su vocecilla aguda, para ese momento Alyssa estaría terminando con otra
entrevista y tendría que acudir a su cita con el cliente que la solicitó en su
fantasía. Moriría —otra vez— por ver su reacción cuando aquel hombre entrara a
la habitación, aunque sería aún mejor presenciar el castigo que le propinará
por su osadía.
EL BURDEL DE LAS PARAFILIAS CAPITULO 6 PARTE 2:
Anofelorastia y flashbacks
ALYSSA ROMANOVA Finalmente había terminado la entrevista con
aquella chica pelirroja de enorme frente que resultó ser hija de Nacho Sixxx, y
ahora caminaba como un condenado a muerte hacia la habitación 205. Susurraba
palabras obscenas, injuriaba todo lo existente y sobre todo profería
maldiciones a su estúpido eslogan acerca de cumplir cualquier fantasía. Ahora tenía que andar por el
burdel como si fuera otra de las prostitutas con los pechos a punto de
escaparse de ese diminuto vestido que el cliente había elegido personalmente;
al menos agradeció no haber recibido instrucciones de cómo debía comportarse.
Pero claro, esto se ganaba por dejar que Jennifer hiciera las entrevistas
mientras ella se tomaba su primer día libre en cinco años, quizá hasta ella lo
había sugerido, pero ya se las vería con esa pequeña mujer cuando terminara con
ese suplicio.
Al llegar a la
habitación se colocó el velo de monja que le habían indicado usar, y entró. La
luz amarillenta le dio directamente en el rostro, era una réplica exacta de una
parroquia que ella conocía bastante bien, apenas podía resistir salir de ese
lugar para encontrarse con su fachada gótica horriblemente pintada de naranja.
Desde entonces supo que aquello sólo empeoraría cada vez más.
Se escuchaba un
gimoteo infantil a pesar de que no había otra persona en la pretendida iglesia
además de una joven de cabello corto sentada en la primera banca del lado
derecho del altar. Odiaba el sentimiento de claustrofobia y deja vú que le
causaba aquel lugar. Decidió sentarse en una de las bancas y esperar.
Repentinamente
escuchó la puerta abriéndose; no quiso voltear, no sentía ninguna prisa por
conocer a aquel hombre. Los pasos se acercaban cada vez más y la inquietó su
caminar y su aroma, supo quién era mucho antes de mirarlo. Alzó la mirada hacia
el altar sólo para confirmarlo con terror, los grandes ojos ámbar y los
carnosos labios torcidos en una sonrisa perversa que mostraba unos enormes
dientes afilados; era el hombre que más había amado y odiado en su vida,
Zaireth, disfrazado como un sacerdote.
Únicamente pensó
salir del lugar enseguida; corrió hacia la puerta, pero al intentar abrirla
recordó que nadie puede dejar las habitaciones hasta que el cliente lo desee.
Mientras ella estaba abstraída en sus pensamientos, Zaireth se había quitado el
cíngulo y se acercó sigilosamente a ella, y la agarró fuertemente alrededor de
su cuello dejándola sin aire, para luego conducirla hasta una pileta de agua
bendita y sumergirle el rostro en ella. Al verla inclinada no pudo evitar subir
su diminuto vestido, comprobando que no llevaba ropa interior; mirar ese
hermoso trasero y aquella vagina perfectamente depilada lo excitaban demasiado,
pero debía ser paciente, aún tenía muchos planes por realizar, así que tomó un
crucifijo de madera y lo introdujo violentamente en aquella cavidad; Liss se
retorció de dolor, pues el Cristo metálico en él estaba rasgando su vagina y
además se quedaba sin oxígeno.
Zaireth estaba
distraído mientras la penetraba con aquel trozo de madera, así que la europea
consiguió golpear su entrepierna. Alzó su rostro empapado y respiró
convulsivamente, buscó en el suelo su candelabro y volvió a empuñarlo, y
mientras él seguía retorciéndose de dolor, pateó su cabeza, derribándolo, y lo
golpeó nuevamente con el porta velas; normalmente lo hubiera seguido golpeando
hasta escuchar su cráneo romperse, pero por alguna razón no se atrevía a matar
a ese hombre, y además era una estupidez ya que luego podría revivirlo.
Antes de que pudiera
realizar algún movimiento, un enorme puño golpeó su rostro interrumpiendo sus
pensamientos. Mientras estaba aturdida, Zaireth le ató las muñecas a la espalda
y la cargó hacia las bancas; la ató a una de éstas incluyendo su larga cola de
caballo para que mantuviera la cabeza en alto, y volvió a colocarle el velo
húmedo.
El apócrifo sacerdote
condujo a la chica que había visto Alyssa hacia el altar, así pudo verla bien,
era una chica con uniforme de escuela católica, su cabello castaño le llegaba
hasta los hombros y le cubría el rostro parcialmente. Liss sabía bien quién
era, la había visto miles de veces, pero no sin un cristal de por medio; era
ella misma, quince años más joven. Con su trabajo creía que ya no le
sorprendería nada, pero nunca se habría imaginado algo como esto, le parecía
increíble aún para el burdel; quiso correr hacia la chica para comprobarlo,
pero lo único que consiguió fue dañar sus muñecas con las cuerdas.
—¿No es hermosa,
Liss? Una pequeña de doce años aún incorrupta, inocente y virginal —dijo él
mientras desabotonaba el suéter de la colegiala y bajaba el cierre de su
pequeño vestido gris hasta dejarlo caer al suelo, quedando la chica con apenas
una ligera blusa blanca que se transparentaba.
Liss forcejeaba en su banca mientras veía cómo aquella chica tímida temblaba de terror, había visto miles de asesinatos y cometido personalmente un centenar, pero verse a sí misma siendo ultrajada era vivir un horrible flashback y sólo quería que terminara. Zaireth la despojó de su blusa y se la arrojó a Alyssa, le retiró la ropa interior con torturante lentitud dejándola indefensa y desnuda.
Liss forcejeaba en su banca mientras veía cómo aquella chica tímida temblaba de terror, había visto miles de asesinatos y cometido personalmente un centenar, pero verse a sí misma siendo ultrajada era vivir un horrible flashback y sólo quería que terminara. Zaireth la despojó de su blusa y se la arrojó a Alyssa, le retiró la ropa interior con torturante lentitud dejándola indefensa y desnuda.
—Mírala Alyssa, su
hermoso e inmaculado cuerpo, ¿lo recuerdas? Yo sí, bastante bien —dijo mientras
acariciaba a la angustiada chica cuyas mejillas brillaban húmedas por sus lágrimas;
besó suavemente su hombro mientras pellizcaba uno de sus pezones, y ella
comenzó a gimotear de terror cuando Zaireth bajó la mano hasta su pubis. Liss
estaba cada vez más desesperada, no quería revivir aquel momento, quería
asesinar a aquel hombre.
—Oh, no te preocupes,
no voy a corromperla a ella también.
Tras pronunciar
aquellas palabras, la ató a la gigantesca cruz que se encontraba debajo de él y
extrajo un martillo y varios clavos de al menos diez centímetros de largo. Tomó
el primero de ellos y lo clavó sobre la muñeca izquierda de la chica; el sonido
del metal atravesando piel y hueso resonó por el lugar, así como un
escalofriante grito de dolor. El sacerdote repitió el proceso con la otra
muñeca, la versión adolescente de Liss lloraba y suplicaba por su vida
agitándose, tan sólo consiguiendo que más sangre brotara de su muñecas.
El hombre se
arrodilló frente a ella casi fervorosamente, tomó otro clavo, lo posicionó
sobre uno de sus frágiles tobillos y martilleó fuertemente rompiendo el hueso;
el otro tobillo cedió más fácilmente. La voz de la pequeña Liss se había
reducido a un susurro agónico. Zaireth la miró con lujuria, introdujo su lengua
en la boca de la chica mientras acariciaba su clítoris con movimientos
circulares y con otro dedo recorría la entrada de su vagina que comenzaba a
humedecerse.
—¿Lo ves, Alyssa? ¡Lo
está pidiendo a gritos! A pesar del dolor y el temor, ella sólo puede pensar en
sexo. Pero no, ella no lo tendrá, nunca.
De nuevo buscó bajo
el altar, encontrando unas tijeras largas y delgadas. Se acercó a la chica con
ellas deslizándolas desde el pecho incipiente de la chica hasta su monte de
venus, produciéndole un visible escalofrío. Separó sus labios vaginales dejando
expuesto aquel pequeño bulto carnoso que era su clítoris y lo cortó de tajo,
provocando un sangrado inminente además de un nuevo aullido de dolor. Liss no
sabía si se trataba de la impresión ante tal espectáculo o si realmente tenía
una conexión con su versión adolescente, pero había sentido el frío de las
tijeras en su propia vagina y el horrible dolor punzante cuando se cerraron.
Zaireth puso uno de
los largos portavelas sobre el fuego de un cirio y contempló a la chica
mutilada desaprobadoramente.
—Esto está muy mal…
me parece demasiado profano representar a Cristo con una mujer. Tendremos que
arreglarlo —dijo, obsequiándole a Alyssa una de sus tétricas sonrisas en las
que retraía sus labios dejando completamente al descubierto sus enormes e
inhumanamente afilados dientes. Viró hacia la crucificada y mordió con fuerza
uno de sus pechos hasta que le arrancó un gran trozo de piel, para luego
escupirlo sobre el altar; la chica chilló de dolor mientras abundante sangre
chorreaba de su pecho izquierdo. El sacerdote aún mostraba su sonrisa teñida de
escarlata, y siguió con su tarea, rasgando los pequeños senos hasta que
quedaron convertidos en jirones rojizos.
—No, esto sigue
estando mal…
Inmediatamente tomó
las tijeras y caminó rápidamente hasta el confesionario. Abrió una de las
puertas, y dentro de ella encontró a un pequeño monaguillo rubio realizándole
un fellatio a un obeso y calvo sacerdote. Zaireth pateó al niño, cortó el pene
erecto del hombre y empujó la puerta del confesionario sin importarle el
clérigo que intentaba desesperadamente contener el flujo de sangre.
—Ah, padres
pederastas, son tan fáciles de encontrar.
Tomó con precaución
el porta velas cuya punta estaba ya al rojo vivo y colocó el miembro cercenado
sobre la chica, fundiendo la carne con el metal caliente; ésta siseó un poco y
se ennegreció ligeramente, pero quedó bien adherida.
Al hombre seguía sin
satisfacerle la decoración. Regresó al confesionario encontrando al pequeño
niño llorando fuera de él, lo cargó y lo llevó hasta el altar, le quitó su
hábito descubriendo que no llevaba nada debajo. Era un hermoso niño de ocho
años, de cabellera rubia y grandes ojos azules; resultaba perfecto para lo que
planeaba. Tomó las tijeras y las clavó en la unión entre el cuello y su
espalda, desplazándolas hacia abajo mientras el niño forcejeaba inútilmente.
Tuvo que repetir el procedimiento hasta que la herida fue lo suficientemente
profunda. Separó piel y músculo, hasta dejar expuestas las costillas y
pulmones, e introdujo una mano en el cuerpo del infante extrayendo estos,
causándole una inminente muerte. Colocó el cuerpo inerte sobre el altar, y con
ayuda del martillo, fue aplastando las costillas con cuidado de no romperlas,
deformándolas hasta que sobresalieron de su espalda, dándole la apariencia de
alas hechas de hueso. Al terminar le puso una cuerda alrededor del cuello y lo
colgó de un ostentoso candelabro; con aquella iluminación lucía como un macabro
querubín.
Nuevamente vislumbró
el altar, se alejó unos pasos para contemplar la escena en su totalidad, el
Cristo transexual y el querubín de las alas óseas. Quedó complacido, ahora era
tiempo de la Comunión. Desató el nudo que mantenía a Alyssa en la banca y la
cargó sobre su hombro derecho para luego depositarla sobre los senos extirpados
de su versión adolescente. Pasó la cuerda que aún sostenía sus muñecas por
debajo del altar y la anudó en sus tobillos; con la cuerda sobrante ató sus
rodillas a los extremos del mueble para que mantuviera las piernas separadas.
Debajo del altar se
encontraban un cáliz con vino y unas ostias, fingió consagrarlas frente a Liss,
remojó una de ellas en vino y la introdujo en su vagina; el vino tinto le causó
un ligero escozor, que olvidó cuando ese hombre empezó a lamer su clítoris
lentamente. Los lengüetazos se fueron transformando en ligeras succiones y
pequeñas mordidas, que lograron que ella gimiera de gozo, aun contra su
voluntad. El hombre derramó vino sobre el manjar que degustaba, provocándole un
ardor a Alyssa que no hacía más que excitarla más; Zaireth introdujo su lengua
en aquella vagina, encontrando la ostia empapada de vino y líquidos vaginales,
combinación que le pareció exquisita.
Resistirse a penetrarla era imposible, se quitó el hábito dejando al descubierto su gran miembro y lo introdujo dentro de la dueña del burdel; ella clamó de gozo y él de inmediato sintió aversión, aquello no era para el deleite de ella, sino el suyo. Buscó las tijeras y las clavó en el abdomen de Liss, deslizándolas hasta su pubis, haciendo que la sangre derramada se mezclara con el vino en el cáliz mientras los gritos de dolor de la europea resonaban por la iglesia.
Resistirse a penetrarla era imposible, se quitó el hábito dejando al descubierto su gran miembro y lo introdujo dentro de la dueña del burdel; ella clamó de gozo y él de inmediato sintió aversión, aquello no era para el deleite de ella, sino el suyo. Buscó las tijeras y las clavó en el abdomen de Liss, deslizándolas hasta su pubis, haciendo que la sangre derramada se mezclara con el vino en el cáliz mientras los gritos de dolor de la europea resonaban por la iglesia.
Penetró nuevamente a
la mujer, vertió un poco del vino adicionado con sangre sobre sus labios que
apenas seguían moviéndose y derramó el resto sobre su propio cuerpo; animado al
ver su cuerpo con aquel elixir rojizo introdujo las manos en la nueva cavidad
que había creado, presionando los órganos internos de la mujer alrededor de su
pene mientras empujaba con más fuerza. La presión de sus manos y la sensación
suave y tibia de aquellas entrañas rozando su miembro era algo inigualable, por
lo que no tardó en correrse dentro del cuerpo apenas con vida de Liss. Ella
sólo podía pensar en una persona mientras su cuerpo era profanado, y no se
trataba del hombre que tenía encima, sino en la chica que había permitido que
eso sucediera…
Jennifer por fin
había terminado con la cursilería que le había sido encomendada, y estaba
adhiriendo el boceto junto a sus dos anteriores trabajos cuando su puerta se
abrió de pronto; apenas alcanzó a distinguir a Liss furiosa sosteniendo un
hacha, antes de que el arma cayera sobre uno de sus brazos, separándolo de su
cuerpo. Sin darle la oportunidad de preguntarle algo, volvió a atacarla, el
hacha golpeó sus piernas, su abdomen, manchando todo de rojo hasta que el arma
golpeó directamente su cabeza, partiéndola en dos hasta la mandíbula. La
matrona liberó el hacha del cráneo con ayuda de sus tacones, y dejó una nota en
el restirador ensangrentado:
“Cuando te regeneres
limpia las habitaciones de los coprófilos y pasa a mi oficina. Alyssa
Romanova”.
EL BURDEL DE LAS PARAFILIAS CAPITULO 7 (FINAL, HASTA AHORA):
Pirofilias
y un slasher
Ver a Melina y Marcus
siempre era un espectáculo curioso, él, un ex presidiario de 1.98 m de estatura
y 115 kg, de larga cabellera negra con los musculosos brazos repletos de
tatuajes y rostro de pocos amigos y ella, una joven de dulce rostro y abundante
melena castaña ondulada que medía cuarenta centímetros menos que él.
Liss los invitó a
entrar a su oficina y lo primero que observaron fue un enorme contenedor de
vidrio con una chica en su interior que era rociada de un líquido corrosivo el
cual ya había destrozado parcialmente su piel dejando expuestos algunos
músculos e incluso huesos, el abdomen estaba tan deshecho que los intestinos
colgaban fuera de su cuerpo.
-Bonita decoración – dijo Melina acercándose
al cristal hipnotizada por aquella visión – ¿No es la chica que usó una máscara
de conejo en uno de tus shows?
-Sí – respondió Alyssa sin interés.
-¿Y qué hace encerrada aquí? Si se trata de
un nuevo espectáculo debería estar en algún lugar más transitado.
-Me gusta tenerla aquí, me recuerda los
errores que no debo volver a cometer.
Habían colocado dos sillas frente al
escritorio, sin embargo una resultó inútil pues Melina se sentó sobre las
piernas de Marcus.
-¿Por qué han venido? Sé que es su
aniversario pero ustedes mutilan, matan y violan personas siempre que quieren…
-Claro, pero tenemos en mente algo un poco
más complicado – respondió Marcus. – A mí me interesa…
-Una puta chilena que conoció en Internet… –
interrumpió Melina molesta. – Por cierto, puedes guardar energía, no será
necesario que la revivas.
-Me temo que no entiendes como funciona esto,
cuando nos piden a una persona viva que no pertenece a nuestro staff lo único
que hacemos es crear una copia, por eso aunque la asesines la original estará a
salvo en su hogar.
-¡Que fastidio! ¿No puedes hacer una
excepción?
-Sería un desperdicio de energía innecesario.
La única vez que tuvimos a un original fue en una curiosa ocasión en la que un
par de estudiantes se pidieron el uno al otro en su fantasía sin saberlo,
matamos dos pájaros de un tiro, por decirlo de alguna forma. Eran una pareja
extraña como ustedes, él era un hombre delgado al estilo Jim Morrison y ella
una chica regordeta repleta de tatuajes, en fin… ¿qué más han pensado?
-Yo quiero a Jason Vorhees.
-¿El de las películas?
-¿Hay otro? Y por supuesto no me interesa un
actor disfrazado, quiero el personaje, putrefacto, despiadado y con una fuerza
bestial.
-En ese caso debo asumir que como escenario
quieres…
-El campamento
Crystal Lake, por supuesto.
El par de asesinos
terminaron de indicarle a la europea los detalles de su fantasía slasher y al
terminar ella los invitó a presenciar el espectáculo que se había planeado en
su honor. Se instalaron en una mesa del centro y observaron el escenario, en él
se encontraba un hombre vestido con un elegante esmoquin que sostenía a un
rechoncho bebé que no paraba de llorar, tomó un taladro, lo encendió y penetró
la cabeza del infante que como por arte de magia cesó sus lamentos, tras
introducir la broca hasta el fondo la extrajo y volvió a introducirla en el
lado opuesto de aquel cráneo infantil, cuando hubo terminado aquella tarea
levantó un mástil de violín, lo colocó entre los dos orificios y lo adhirió al
cráneo con un par de tornillos. Tras esto tomó un cuchillo y penetró en las
suaves muñecas de la criatura dejando expuestas sus venas, jaló tres de cada
extremidad y las ató hábilmente sobre el mástil. Se lo colocó sobre el hombro y
comenzó a tocar una apasionante pieza de tango.
Marcus y Melina
miraron al público, fácilmente podían distinguir a los clientes primerizos, nerviosos
e impresionables, de los clientes frecuentes que simplemente disfrutaban del
show e incluso ordenaban bebidas y platillos que sólo podrían conseguir en
aquél lugar, al menos legalmente. Candy, la maid, ofrecía shots de tequila con
embriones humanos, al parecer Liss se había puesto muy maternal en esta
ocasión, los asesinos pidieron un par y los tomaron de un trago mientras
seguían disfrutando del espectáculo.
Habían aparecido en
escena dos personajes, una joven que portaba un vestido de látex rojo que
terminaba en puntas tan ajustado que marcaba detalladamente su bien
formada anatomía y que daba la impresión de que estaba cubierta tan sólo por
una capa de sangre derramada y acrecentando este efecto unos rubíes colgaban de
las puntas brillando como gotas del líquido vital. El segundo personaje se
trataba de un hombre de largo cabello sujeto en una coleta ataviado en una
elegante vestimenta propia de los bailarines de tango.
Comenzaron con un
sensual baile acorde a la melodía, su mirada y sus movimientos expelían deseo y
lujuria además de una ferocidad excitante, ella acercó su rostro al de su
compañero y le arrancó un gran trozo de piel de un mordisco dejando
parcialmente al descubierto su dentadura, sin dejar en ningún momento los pasos
de baile él le arrancó la parte inferior de su vestido llevándose con él largos
tirones de la piel de sus piernas, la mujer hizo lo mismo con la camisa de él
mordisqueando enseguida su torso desnudo arrancándole la piel del pectoral
izquierdo incluyendo el pezón, así prosiguió la feroz danza, con ambos
destrozándose tanto el ropaje como la epidermis mientras la pista se llenaba de
sangre y restos humanos sin dejar de mirarse con una lubricidad insaciable.
Cuando ambos se
hubieron convertido en bultos rojizos antihumanos y la canción estaba por
terminar, cada uno introdujo una mano en el destrozado pecho ajeno y llevó al
exterior el corazón que éste contenía mirándose retadoramente hasta que se
fundieron en un apasionado beso y ambos cayeron muertos.
El aplauso fue
inminente, incluyendo a M+M, quienes después de tal espectáculo estaban
ansiosos por comenzar con sus planes en aquél sitio, la maid les había
entregado su llave con el número 404, así que acudieron al cuarto piso
velozmente.
Al entrar a la
habitación percibieron el frío y el suave aroma del bosque que se encontraba
frente a ellos, el paisaje era idéntico al que habían vislumbrado tantas veces
en las películas e incluso se encontraba el letrero amarillo que indicaba el
nombre del lugar “Welcome to Camp Crystal Lake”. Melina de inmediato encontró
un bate de aluminio entre los árboles y Marcus un cuchillo, según sus
especificaciones habría armas regadas por el bosque como hojas en otoño. Al
poco tiempo escucharon un grito femenino que les indicaba que el juego había comenzado.
-Ya sabes las reglas,
el primero en encontrar a la perra hace con ella lo que quiera. – Apenas Marcus
asintió, su pequeña novia lo golpeó con el bate en la entrepierna y echó a
correr hacia donde se escuchaba la voz, era mucho más veloz que él, sin embargo
un poco de ventaja extra no le haría daño.
No tardó en encontrar
a la emisora de aquellas súplicas, Michelle, una rubia de desproporcionado
trasero que le recordó a una famosa estrella porno, llevaba unos jeans
ajustados y una playera blanca de tirantes tan pequeña que sus pechos
amenazaban con romperla. A pesar del terrible odio y los celos que sentía hacia
aquél ser que había cautivado a su amado, ella deseaba complacerlo así que
únicamente quería era hacerle un par de modificaciones.
Tras un ligero
forcejeo logró someterla, extrajo una cuerda de su bolsa, le ató las muñecas
con fuerza y la sujetó de la gruesa rama de un árbol, debía ser rápida pues ya
escuchaba los pasos de su sádico amante acercándose, trabajosamente le retiró
sus pantalones dejando al descubierto su descomunal trasero que apenas quedaba
adornado por minúscula lencería morada que de igual forma retiró de su cuerpo y
le colocó un par de grilletes en los tobillos con una barra separadora que
extrajo de su bolsa y rebuscó de nuevo en ella hasta encontrar una aguja con
hilo grueso.
Miró su vagina sin
interés alguno, tomó sus labios con dos dedos e introdujo la aguja en ellos,
cada puntada ocasionaba un quejido y un ligero sangrado que la complacían
enormemente, tan sólo cosió la mitad de aquella abertura pero lo hizo con
fuerza para que resistiera las embestidas de su gigantesco amante. Apenas había
terminado con aquella labor cuando apareció Marcus aún con una tenue mueca de
dolor.
-Hiciste trampa.
-Nunca lo mencionamos
entre las reglas, querido. Además yo simplemente quería prepararla para ti, no
pensaba arruinar tu regalo de aniversario.
El hombre de casi dos
metros de altura sacó un cuchillo de sus botas militares y cortó la cuerda que
sostenía a Michelle dejándola caer, Melina hizo un puchero, ella había tenido
que trepar al árbol cual ardilla para atar aquella cuerda y a él le había
bastado con alzar uno de sus brazos.
La chica había caído
boca abajo y el ex presidiario decidió dejarla en aquella postura, tomó la
cuerda que mantenía unidas a sus muñecas y le hizo un nudo alrededor del cuello
para luego atarla a la parte baja del tronco del árbol. Miró el trabajo de su
novia y quedó complacido.
-¿Qué más pensabas
hacerle?
-Puedes usarla
mientras continúo.
Obedientemente se
bajó la bragueta liberando un falo estimulado por el espectáculo anterior y la
oportunidad de follarse a aquella chilena que lo había calentado tantas veces
con sus pláticas obscenas y sus eróticas video llamadas, esta vez no había una
computadora de por medio, esta vez la tenía frente a él, en carne y hueso. Su
miembro palpitaba de excitación pero quería disfrutar de aquel momento, frotó
la punta contra el clítoris de la chica que a pesar del dolor infringido
previamente no pudo evitar sentir placer ante ese roce. Luego lo colocó en la
pequeña entrada que había dejado Melina y comenzó a empujar hacia dentro, la
sensación resultaba deliciosa, incluso el ligero roce del hilo contra su piel
resultaba placentero. La chilena no paraba de aullar de dolor debido a que aquella
penetración hacía que las costuras se separaran tirando de su piel genital,
Marcus jaló su cabellera ocasionando que la cuerda apretara más su cuello y los
aullidos cesaron.
Aquella postura
resultaba perfecta para lo que planeaba Melina, sonrió satisfecha al ver que la
chica abría la boca intentando producir algún sonido, tomó el bate de aluminio
y lo estampó con toda la fuerza que pudo contra los dientes de Michelle
destrozando por completo dos y rompiendo parcialmente otros tres. La sádica y
pequeña asesina estampó varias veces más el bate contra la mandíbula de la
chilena, el movimiento convulsivo de dolor que realizaba no hacía más que
excitar aún más a Marcus que ya no sostenía su cabellera si no que sujetaba sus
pechos, los usaba como medio para mover el cuerpo de la chica con velocidad
sobre su pene y lo hacía con tal ardor que habían comenzado a ponerse morados,
con la fuerza que poseía a Melina no le sorprendió cuando terminó por
arrancárselos rompiendo con su concentración.
Para aquél entonces Melina
había terminado de romperle los dientes a la chica dejándole las encías tan
sólo con algunos diminutos trozos blancos y un montón de sangre brotando por
doquier. Su amado miró aquella segunda adaptación con el mismo placer que la
primera, frotó su falo contra aquellas suaves encías cubiertas de sangre
mirando los ojos suplicantes y húmedos de la chica aumentando su placer,
sujetó la cabeza de la chica moviéndola rítmicamente sintiendo como su pene
golpeaba en su garganta y como la chica trataba de librarse de él ante la
sensación de asfixia.
De pronto la chilena
comenzó a retorcerse y a pesar de su creencia inicial de que se trataba de otro
de sus intentos de liberarse, notó que se debía a que Melina le estaba
introduciendo el bate por el ano sin piedad alguna, la miró enternecido, su
mezcla de celos y sadismo le resultaba encantadora. No pudo más que excitarse
aún más y empujó con más fuerza su pene dentro de aquella garganta, los sonidos
de asfixia lo entusiasmaban aún más y seguía embistiendo su garganta con mayor
furia hasta que por fin eyaculó en ella de tal forma que el semen incluso se
resbaló por las fosas nasales de la rubia, cuando extrajo su miembro de aquella
chica supo que había muerto, sin embargo Melina continuaba retorciendo su bate
intentando introducirlo tanto como pudiera.
-Ya está muerta.
-Ya sé pero no por
eso voy a dejar de odiarla. – Marcus sonrió, nunca dejaría de amar a aquella
mujer demente y era tiempo de que ella disfrutara su parte del plan, aunque él
fuera quien tendría el ataque de celos esta vez.
Caminaron a través
del bosque con dirección hacia el lago y tras pocos metros hallaron una tétrica
lápida con el mítico nombre en ella: Jason Voorhees, y junto a ella un par de
palas. Melina tomó una y comenzó a cavar con entusiasmo, por el contrario
Marcus se limitó a observarla, si bien Jason había sido el ídolo de su juventud
no le agradaba que fuera el objeto de los deseos sexuales de su compañera.
-Si me ayudaras esto
sería infinitamente más rápido… – pronunció Melina.
Con desdén él tomó la
otra pala y tras cavar apenas medio metro encontró un ataúd, retiró la tierra
suficiente para descubrir la gigantesca caja y le dejó a Melina la primicia de
abrirla. Alegremente ella bajó de un salto y levantó la tapa del féretro con
una lentitud casi teatral.
Él resultaba idéntico
al personaje que había visto numerosas veces en pantalla, había esperado que
reaccionara tan sólo con liberarlo de su encierro, sin embargo él continuaba
inmóvil, aun así su sola presencia le resultaba excitante, aquel monstruoso
cuerpo de más de dos metros, las pútridas manos imponentes (la izquierda aun
sosteniendo el enorme machete) y por supuesto la inconfundible máscara de
hockey bajo la que se podía distinguir su deforme cabeza.
Su puso a gatas sobre
él para examinarlo mejor, algunos gusanos se arrastraban bajo la máscara y un
ligero aroma a putrefacción fluía de aquel cuerpo. Sacudió su enorme cuerpo
tanto como pudo sin conseguir una reacción, Marcus apenas pudo contener la risa
ante su frustración.
“¡Puta Alyssa! ¡Que
lo quisiera putrefacto no significaba que lo quisiera muerto!” De cualquier
forma ese era Jason Voorhees y no pensaba desaprovechar esa oportunidad, al ser
una necrófila consumada aquello no representaba ningún problema.
Le abrió uno de los
párpados y lo recorrió lascivamente con su lengua percibiendo la viscosidad y
la tenue acidez del globo ocular. Descubrió su pecho de tono verdoso cubierto
por numerosas cicatrices y lo mordisqueó mientras desabotonaba sus pantalones
exponiendo su putrefacto miembro inerte.
Retiró una pequeña
larva de su glande y se introdujo aquel falo en la boca, sintió como éste
palpitaba y se endurecía bajo los movimientos de sus labios y su lengua que no
paraba de mover alrededor de la uretra. Detuvo aquella tarea simplemente para
quitarse su pequeña camiseta de Motörhead mostrando sus redondeados pechos y
cuando bajó la mirada para hacer lo mismo con sus shorts sintió una poderosa
mano sujetando su cuello y levantándola del suelo.
Alzó la mirada
encontrándose de frente con aquella característica máscara y los ojos dementes
tras ella, aquello y la presión en su tráquea la excitó aún más. El enmascarado
emergió de aquél hueco en la tierra sosteniendo a la chica y Marcus miraba
hipnotizado como los pechos de su amada se bamboleaban mientras el legendario
asesino acercaba su enorme machete a su torso para introducirlo bajo sus shorts
y cortarlos de tajo junto con su ropa interior dejando un corte sanguinolento
en el muslo de Melina. Así mismo se quedó inmóvil cuando aquel engendro soltó
su machete y sujetó el trasero de la castaña con ambas manos colocándolo sobre
la punta de su pene para luego penetrarla brutalmente generando un grito de
placer y dolor de Melina.
A pesar de los
terribles celos que sintió en aquel momento, la visión de ese cuerpo putrefacto
penetrando salvajemente a la pequeña Melina que gemía y se retorcía de gozo le
provocó una inminente erección así que se colocó detrás de la chica, mordió sus
delicados hombros, extrajo su miembro de sus pantalones y se lo introdujo
lentamente en el ano.
Melina desbordaba de
placer ante ambas penetraciones igual de deliciosas que entrechocaban dentro de
su cuerpo y que la llenaban como jamás en su vida, no tardó en alcanzar el
clímax ruidosamente. Marcus al notarlo fue invadido por una nueva oleada de
celos, tomó el machete y sodomizó con él a Jason retorciéndolo sin piedad tras
lo que introdujo su mano en la desgarrada cavidad y comenzó a jalar sus
intestinos para luego ahorcarlo con ellos, Melina bajó con gracia al suelo cuando
él perdió su erección y su gigantesco amante aplastó el rostro del asesino con
sus enormes botas hasta que rompió la máscara y el cráneo del slasher.
La diminuta
sanguinaria viró hacia Marcus, jaló la cadena que pendía de su cuello
haciéndolo agacharse y lo besó pasionalmente al mismo tiempo que acariciaba su
miembro antes de salir corriendo cual niña con dirección hacia una de las
cabañas. Él la miró embelesado, desnuda con la abundante melena al viento y
corriendo entre los árboles lucía como una hermosa ninfa y no pudo evitar
correr hacia ella.
Su amada dejó la
puerta entre abierta así que bastó con un ligero empujón para entrar, la visión
fue maravillosa, su ninfa recostada en una cama en forma de corazón cubierta
por cientos de lenguas recién arrancadas y en un buró junto a ella había una
botella de Jack Daniel’s y un zippo.
Ella gateó hacia él
con sensualidad felina y posó sus labios sobre el botón de sus pantalones,
enroscó su lengua sobre él y con facilidad lo retiró, con los dientes tomó la
cremallera y la deslizó hacia abajo, contrario a aquella delicadeza bajó sus
pantalones y bóxers con rapidez liberando su miembro completamente erecto que
suplicaba por un poco de atención, sin embargo Melina continuó con su dulce
tortura, lamiendo sus muslos primero, acercándose poco a poco a sus genitales,
entonces recorrió uno de sus testículos delicadamente con su lengua para luego
introducirlo completamente en su boca masajeándolo con su lengua para luego
continuar con el otro, tras esto le dio pequeños mordiscos a lo largo del falo
para regresar a la base y darle una larga lengüetada hasta llegar al glande, el
cual ya se encontraba ligeramente humedecido y finalmente metió aquel miembro
en su boca succionándolo hábilmente mientras acariciaba sus testículos humedecidos
por la saliva.
Tras ese exquisito
fellatio lo recostó sobre las lenguas…
Lenguas
arrancadas… Alyssa detuvo la cinta un momento, estaba disfrutando de uno de sus
mayores placeres, el voyerismo, pero tuvo que hacer una pausa pues aquello le
había recordado su pequeña venganza.
Mientras
seguía “muerta” con aquel disfraz de monja pudo ver como Zaireth se acercaba a
ella con un rosario entre las manos.
-¿Lo
recuerdas? Pertenecía a Isabel. Le dije que le enviabas saludos antes de
meterle una bala entre los ojos – dijo colocándolo sobre su cuerpo y fue a
buscar su sotana.
-Las
despedidas nunca fueron lo tuyo, ¿verdad? – dijo Liss que se había regenerado
con facilidad.
-¡¿Qué
carajo?! ¿Cómo…?
Ella
le arrancó la lengua, no pensaba soportar sus balbuceos.
-No
me interesa darte explicaciones. No sé porque viniste y no me importa un
carajo, pero fue una idiotez, fuera de aquí puedes ser tan poderoso como
quieras pero en este lugar yo soy Dios y tú no eres más que un maldito insecto.
Ante
su sorpresa los brazos de Zaireth se retrajeron y retorcieron provocando
que sus huesos atravesaran la piel de su espalda, dos pares de costillas se
abrieron hacia afuera desgarrando la piel y las piernas imitaron a las
extremidades superiores haciéndolo caer dándole la apariencia de un siniestro
bicho que no paraba de sangrar y aullar de dolor. Liss se acercó a él
sosteniendo el rosario, le propinó una fuerte patada haciéndolo caer de
espaldas y sostuvo su flácido miembro.
-¿Isabel?
¡Odiaba a esa puta monja! Quédate con él – pronunció antes de clavar la cruz en
su uretra con toda la fuerza que pudo.
Los
gritos de dolor que resonaban por la parroquia la complacieron pero no bastaron
para calmar su ira, así que salió, tomó un hacha y masacró a Jennifer. Sí,
había un castigo demasiado simple e impulsivo pero bastó para tranquilizarla en
el momento, para cuando la chica apareció de nuevo en su oficina ya tenía
preparado el contenedor con ácido del cual no saldría en bastante tiempo. Se
acercó a mirarlo y notó que se había regenerado casi por completo pues ya
estaba vociferando cosas que no podía escuchar debido al vidrio reforzado,
presionó un botón junto al contenedor y éste dio la vuelta dejándola de cabeza
y ocasionando que el ácido volviera a caer lentamente lacerando su piel, aquello
le agradaba, la hacía pensar en un macabro reloj de arena.
Lo
pensó mucho antes de enviarle una tarjeta a Zaireth, pero llegó a la conclusión
de que no quería que pensara que sólo había sido un sueño, así que cuando el
hombre se despertó en una de sus mansiones con un hombro dislocado la halló
justo en el lugar que había ocupado la cruz del rosario horas antes. La leyó,
con odio la arrugó y la arrojó al suelo mientras buscaba su celular para
contactar a su médico personal, lo meditó…recogió la tarjeta y pensó que quizá
le interesaría ver a su querida Liss de nuevo…
Tras ese exquisito
felattio lo recostó sobre las lenguas, se colocó sobre él y comenzó a
mover su cadera lentamente en círculos mientras ese falo la penetraba cada vez
más profundo, su compañero se encontraba extasiado ante el roce de las lenguas
húmedas en sus piernas, sus genitales y su cuello, la asesina tomó algunas y
las frotó sobre su corpulento pecho aumentando su excitación. Luego tomó la
botella de Jack Daniel’s, le dio un largo trago, vertió otro en la boca de su
amado y el resto lo derramó sobre sus cuerpos, cuando supo que ambos estaban
por alcanzar un colosal orgasmo encendió el zippo y lo acercó a su cuerpo, el
fuego no tardó en cubrirlos, el ardor avivó el éxtasis y los gritos de dolor y
placer se fundieron tal y como sus cuerpos en llamas se iban fundiendo en un
solo ser.
Alyssa
los odió, “¡Hijos de puta!” repitió varias veces, sabían que no se tomaría la
molestia de regenerarlos para luego hacerlos pagar y revivirlos de nuevo, era
un gasto de energía estúpido…Se habían salido con la suya, como siempre.
-Liss…te
traje a…– dijo Candy preocupada por interrumpirla. Junto a ella estaba la
criatura de diez años más hermosa que debía existir, tenía largo cabello dorado
que caía en rizos sobre su delicado cuerpo, enormes ojos ámbar rodeados de
largas pestañas, una naricita respingada y unos labios demasiado sensuales para
una niña de su edad pero que extrañamente armonizaban con el resto de su
infantil rostro.
-¡Gabrielle!
Hermosa Gabrielle, qué bueno que llegaste – dijo Liss procediendo a besar esos
seductores labios, ella correspondió a su beso y le dirigió una sonrisa.
-¿Quién
es ella? – preguntó la pequeña acercándose al contenedor con una encantadora
vocecita curiosa.
-Una
traidora, un ser de lo más bajo, aprende de sus errores Gabrielle, nunca me
traiciones.
Marcus y Melina
despertaron en la habitación de hotel que ocupaban en esa época asustados por
el aroma a carne calcinada que percibieron, sin embargo se miraron mutuamente y
sólo encontraron una pequeña quemadura en uno de sus antebrazos, el asesino en
serie se acercó a una mesita junto a la cama buscando un poco de Jack y se
encontró con un paquete de m&m’s con una tarjeta del burdel adherida a él.
Se la mostró a su amada, sonrieron ampliamente, anotó la fecha en ella y la
guardó junto a las demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario